La resurrección de Actea: un viaje desde la historia hasta la escena
Para quienes hemos estudiado los inicios del siglo XX en la música cubana, especialmente en la ciudad habanera, sabemos que el ambiente era un tanto hostil para la proliferación de las artes. Probablemente haya sido esta una de las razones por las que Actea, que hoy forma parte del repertorio operístico cubano, fue engavetada hasta su resurrección, más de un siglo después.

Como ya es habitual, el Oratorio San Felipe Neri, actualmente sala de conciertos y sede del Lyceum Mozartiano de La Habana, fue el anfitrión del estreno de esta ópera en dos actos el pasado viernes, 2 de mayo. Es esta una producción singular, pues la música fue concebida desde finales del siglo XIX por Hubert de Blanck (1856-1932) -músico holandés considerado en su tiempo un hijo adoptivo de Cuba-; aunque su concreción se ha definido en 1905.
Es cierto que del «holandés errante» nos es más familiar su repertorio pianístico, específicamente su Paráfrasis del himno bayamés; pero la intuición y el compromiso con el patrimonio musical cubano, premisa del Lyceum Mozartiano de La Habana, unido a la posibilidad de un proyecto de colaboración con la embajada de los Países Bajos, hicieron que desde hace tres años comenzara un trabajo investigativo, de transcripción, edición musical y montaje dirigido hacia la difusión de su música cameral, sinfónica y finalmente de Actea.

En el caso de esta última, un solo nombre no se puede llevar el mérito, y entre los pilares de la puesta se encuentra la musicóloga Gabriela Rojas, quien funcionó como productora general de la ópera, estando directamente involucrada en todas las etapas del proyecto desde su génesis.
Asimismo, lo que el público habanero pudo presenciar en tal estreno y las sucesivas tres presentaciones, fue la versión de la compositora y soprano Bárbara Llanes en conjunto con el dramaturgo Norge Espinosa Mendoza sobre el libreto original de Ramón Espinosa de los Monteros, la cual aportó una mayor coherencia a la trama, al tiempo que la amplió. De Norge Espinosa también fue la autoría de las notas que, tomando la forma de un barco de papel cuidadosamente ubicado en cada asiento de la sala, acompañó el programa de mano.

Bárbara Llanes, también directora general de Actea y quien asumió el rol de protagonista, se encargó de la transcripción e incorporación de textos a música originalmente sinfónica como La danza tropical -del mismo compositor- que fue insertada en la ópera; proceso que le llevó más de un año.
Fue justamente en la Danza tropical -que aparece en el primer acto- donde Bárbara Llanes desplegó un virtuosismo no superado en el resto de las escenas de la ópera, sobre todo en cuanto a giros melódicos y notas sobreagudas, que alcanzó su punto climático en una cadenza de soprano y flauta.

Otra creación de Hubert de Blanck que fue refuncionalizada fue «A la memoria de Antonio Maceo», que en para esta ocasión se insertó como obertura, en la cual interactúan dos temas de carácter contrastante, uno solemne y otro cantabile.
Ambos actos, de una proporción asimétrica, culminaron a la manera de dos de nuestras más genuinas expresiones musicales: la conga y la guajira; aunque no fueron las únicas que se incorporaron, pues, además, otra de las escenas fue concebida al estilo de habanera.
Ciertamente, uno de los momentos en los que también esperábamos mayor lucimiento vocal, esta vez por parte del tenor César Vázquez y el barítono Abdel Roig, fue en la prueba de canto de los personajes Lucio y Carioto, rivales en el juego y el amor.
Los cantantes líricos Ubail Zamora (contratenor), Marcos Lima (bajo), Samantha Correa (soprano), Dunia Pedraza (mezzosoprano) y Lien Martínez (barítono) también formaron parte del elenco. Además, se contó con la participación del Coro del Teatro Lírico Nacional de Cuba, bajo la dirección de Denisse Falcón Lay.

Por su parte, la dirección musical estuvo en manos de José Antonio Méndez Padrón, director titular de la Orquesta del Lyceum de La Habana, quien tuvo el reto de montar en poco más de una semana la música de Actea e hizo que esta fuera uno de los mayores atractivos de las puestas. Su experticia logró el equilibrio de la masa orquestal con respecto a los cantantes, aún cuando la orquesta sinfónica no se hallaba en un foso propiamente dicho.
A diferencia de muchos de los grandes títulos operísticos, Actea no incluye el tema de la muerte, pues como diría el cronista «a nosotros nos va mejor el melodrama que la tragedia…este no es un momento, ni un país para la ópera estruendosa y apabullante». Es esta una historia donde el amor y la verdad triunfan, aunque no exenta de desengaños.
Otra novedad de la ópera fue la introducción de un cronista que dialoga con la Grecia antigua donde se enmarcó la acción original de Actea, la sociedad cubana de inicios del XX -época en que Hubert de Blanck la dio por culminada-, y el actual contexto donde esta se presenta. El cronista fue encarnado por Freddy Maragoto, uno de los integrantes del elenco más aplaudidos por el público capitalino por sus monólogos altamente críticos a la manera de la sátira.

Por otro lado, es precisamente la ópera un género que no solo permite la imbricación de la literatura, la música y el teatro, sino también de la danza y el diseño. En este sentido, vimos involucrados en la puesta a tres bailarines de la compañía Danza Espiral que dirige Liliam Padrón, coreógrafa y directora escénica de Actea; aunque no desde el rol que normalmente desempeñan en esta compañía.
Precisamente es Liliam Padrón, quien ya ha tenido proyectos en común con Bárbara Llanes y Norge Espinosa, una artista que en su línea de trabajo desdibuja las fronteras entre las diferentes manifestaciones artísticas.
Por otro lado, la diseñadora escénica y gráfica Massiel Borges González, quien se ha interesado especialmente por el mundo operístico, siendo la encargada de los diseños en la última puesta de Madama Butterfly de Puccini en La Habana; fue la decisora del concepto estético que lineó el vestuario y la escenografía en Actea, el cual estuvo caracterizado por la sobriedad.
La aceptación de un público compuesto por diferentes sectores sociales y que llenó la sala de concierto los cuatro días de funciones fue, a fin de cuentas, la mayor constancia del éxito del proyecto Actea, además de que probó la efectividad del trabajo de sus promotores. Sin embargo, es aún más gratificante constatar que este tipo de eventos influye positivamente en la vida espiritual de la comunidad en la que está enclavado el espacio de presentación.

Queda constatado así que la cultura, y dentro de ella la artística, -como diría el músico cubano de origen español Joaquín Nin- «ha sido y seguirá siendo siempre la más noble y la más bella de las armas que para el combate social podemos emplear».
Por Sady Karina Rubio Fuentes, musicóloga y contrabajista
Fotografía: Xavier García