En Gibara comprendí
El Festival Internacional de Cine Pobre nació como un acto de rebeldía. En abril de 2003, Humberto Solás lo concibió no solo como un evento cinematográfico, sino como un manifiesto: una declaración en favor de un cine independiente, capaz de trascender las limitaciones económicas y apostar por la fuerza de la narrativa y la autenticidad de las imágenes. Gibara fue el sitio elegido para albergarlo, por su belleza discreta, su aire de pueblo detenido en el tiempo y su espíritu resistente, así como por su gente, capaz de construir contra la adversidad.
Desde entonces, el festival ha atravesado etapas de transformación. Cambió de nombre y ajustó su rumbo, adaptándose a los desafíos de cada momento. Hubo años en los que pareció difuminarse, en los que su esencia quedó diluida entre otros conceptos y enfoques. Pero ahora vuelve a su raíz: recupera su nombre original y regresa a su fecha de abril. No es solo una cuestión de calendario o de tradición; es un regreso a la esencia que lo vio nacer, un recordatorio de lo que lo hizo distinto desde el principio.
Volver a ese nombre implica también una mirada más aguda sobre el cine de bajo presupuesto, hecho en los márgenes o desde los márgenes, que no compite por grandeza, sino por pertinencia. El festival reafirma así su manifiesto original: el cine pobre no es sinónimo de precariedad, sino de un lenguaje más austero, más libre y menos condicionado por el mercado o la industria.

Foto: Katherin Morán
Arrancando
El festival arrancó como suele hacerse en Gibara: con la calle llena. El desfile inaugural recorrió la Avenida Independencia, encabezado por artistas, gibañeros y el equipo del evento. Hubo banderas, bailes y gente mirando desde los portales. Más que un acto inaugural, es un gesto: poner el cine en el centro del pueblo y al pueblo en el centro del cine.
Luego, en la inauguración, se entregaron los Premios Lucía de Honor 2025 a figuras clave del cine y la cultura cubana. Casa Gitana, un proyecto cultural que ha servido como espacio de interacción para artistas nacionales e internacionales, fue galardonada junto a Luciano Castillo, director de la Cinemateca de Cuba y destacado investigador del cine cubano, por su contribución al estudio y preservación del cine en la isla. Finalmente, la actriz Verónica Lynn, con más de setenta años de trayectoria en teatro, cine, televisión y radio, recibió el tercer Premio Lucía de Honor en reconocimiento a su legado artístico.

Foto: Katherin Morán
El Programa
Durante la 19ª edición del festival, además de la exhibición de películas, se realizaron talleres de guion y dirección, donde cineastas emergentes pudieron intercambiar ideas con profesionales del sector. También se organizó un Concurso de Animación, con propuestas innovadoras que exploraron nuevas técnicas visuales.Uno de los espacios más destacados fue la Factoría del Cine Pobre, un programa diseñado para impulsar la producción audiovisual en las provincias orientales de Cuba. En este espacio, los cineastas participaron en sesiones de asesoría y pitching, con la posibilidad de recibir apoyo para la realización de sus proyectos.Además, el festival ofreció exposiciones de arte y conciertos que animaron las noches gibareñas. Este año, el programa incluyó una acertada selección de obras teatrales que resonaron profundamente entre los asistentes. «Por el monte Carulé», del Teatro de Las Estaciones; «Oficio de Isla», de la Nave Oficio de Isla; y «Smiley».»Por el monte Carulé», del Teatro de Las Estaciones, llevó a escena un universo de títeres y poesía visual. La obra, inspirada en la música de Bola de Nieve, es un homenaje a la identidad cubana desde la sensibilidad de los muñecos animados.»Oficio de Isla», de la Nave Oficio de Isla, exploró la memoria y la identidad desde una perspectiva más íntima. La obra se construyó sobre la idea de la insularidad y lo que significa habitar un espacio rodeado de agua y de historia. La pieza se convirtió en un espejo donde los gibareños pudieron verse reflejados en sus propias historias de resistencia y pertenencia.
Smiley, con su enfoque contemporáneo, ofreció una mirada fresca sobre las relaciones humanas. La obra, que aborda el amor y la comunicación en tiempos de redes sociales, complementó las otras propuestas con su tono ligero y humor inteligente.Para los gibareños, el acceso al teatro es un lujo poco frecuente. La llegada de estas obras significó más que entretenimiento; fue una oportunidad de encuentro con narrativas que, de otro modo, les serían inaccesibles. En un pueblo donde las opciones culturales suelen estar limitadas, el festival se convierte en una ventana abierta a nuevas experiencias.En cuanto a la música, aunque el concierto de clausura de Alain Pérez y algunos momentos de trova y jazz lograron cautivar al público, la selección general no alcanzó el nivel de otras ediciones. Sin embargo, más allá de las preferencias individuales, el festival sigue siendo un espacio donde la diversidad artística encuentra su lugar, y cada edición deja huellas distintas en quienes lo viven.Los foros teóricos del Festival Internacional de Cine Pobre se presentaron como espacios de debate donde se abordaron diversas aristas de la industria y la cultura audiovisual cubana, permitiendo que los participantes compartieran análisis puntuales y propuestas sobre los retos que enfrenta el cine en el país.

Foto: Anyi Romera
La Factoría como catapulta
La Factoría del Cine Pobre representa un espacio sistemático dentro del festival, diseñado para impulsar propuestas audiovisuales emergentes en las provincias orientales y Camagüey. En esta iniciativa, los cineastas participan en sesiones de pitching que permiten la presentación de sus proyectos ante un panel de especialistas. El proceso se centra en exponer la idea, delinear los aspectos técnicos y artísticos, y recibir retroalimentación directa que sirva para reorientar y fortalecer la propuesta.En esta segunda edición de la Factoría, se reafirma el compromiso de generar un puente entre la creatividad y los recursos disponibles. La sesión de pitching cumple la función de filtrar los proyectos con potencial y facilitar un acompañamiento que abarca desde la asesoría en la etapa de desarrollo del guion hasta la planificación de la producción. Se trata de una dinámica en la que la evaluación se realiza de forma objetiva, buscando que cada propuesta se adecúe a las exigencias del panorama audiovisual actual.
La entrega de premios en el marco de la Factoría del Cine Pobre 2025 constituye el cierre de este proceso. Entre los reconocimientos se incluyen apoyos financieros, asistencia en equipamiento y asesorías específicas para la posproducción. Se destacó el Premio al proyecto «Matagigantes», presentado por Osmanys Sánchez Arañó y Martha Iris Sánchez Bárcena. Paralelamente, se otorgó el Premio al proyecto «Eres hijo de alguien», de Franks D. Linares García. Varios proyectos recibieron menciones que evidencian la diversidad de enfoques y géneros.

Foto: Jorge Fernández
Y el cine y sus premios
El Festival de Cine Pobre de Gibara 2025 presentó una curaduría que alcanzó la cifra de 500 obras, con la participación de creadores de más de 30 países. Dentro de esta selección, se observa una notable presencia de propuestas de cine cubano, reflejada en las convocatorias oficiales para largometrajes, cortometrajes, animación y cine experimental.
En cuanto a las categorías, se destacó una mayor cantidad de cortometrajes, tanto de ficción como documentales, seguidos por propuestas en animación y cine experimental. Las secciones dedicadas a largometrajes, tanto de ficción como documentales, contienen menos entradas, lo que puede interpretarse en función de las condiciones de producción y la logística inherente a proyectos de mayor duración. Esta distribución evidencia que, en términos de volumen, prevalece la producción de formatos breves, lo que favorece la accesibilidad y la posibilidad de experimentar con narrativas condensadas.
A pesar de la diversidad de géneros y orígenes, todas las obras comparten un mismo punto de partida: la apuesta por el «cine pobre». Esto se traduce en la búsqueda de expresar ideas y contar historias a partir de recursos reducidos, en un contexto en el que las limitaciones presupuestarias obligan a encontrar soluciones creativas. En ese sentido, tanto las producciones internacionales como las cubanas se unen en la voluntad de innovar y comunicar de manera directa, sin recurrir a grandes inversiones técnicas ni estéticas.
En los Premios Colaterales 2025 se distribuyeron varios reconocimientos a través de distintos jurados. El jurado de la Federación Internacional de Cine Clubes otorgó el Premio Don Quijote a «Cuando las hojas del nogal se vuelven amarillas», de Mehmet Ali Konar (Turquía, 2024). El jurado de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica premió al mejor largometraje de ficción con la misma obra y otorgó una mención especial a «En la alcoba del sultán», de Javier Rebollo (España-Francia, 2024). El Jurado Joven reconoció a «Parto», de Vivian Bruckman-Blondet (Puerto Rico, 2025), como mejor largometraje de ficción; a «Ovejas y lobos», de Alex Fischman Cárdenas (Colombia-Argentina, 2024), como mejor cortometraje de ficción; a «El llanto de los héroes. La Ilíada y las troyanas en la cárcel de Bollate», de Bruno Bigoni y Francesca Lolli (Italia, 2024), como mejor largometraje documental; a «El reinado», de José Luis Jiménez Gómez (Cuba, 2024), como mejor cortometraje documental; y a «Two Ships», de McKinley Benson (Portugal-Estados Unidos, 2025), como mejor cortometraje de animación o experimental. Además, se otorgó una mención especial a «La B también se ve», de Antonieta Suárez Rimarachin (Perú, 2023). Finalmente, el jurado de la Federación Nacional de Cine Clubes asignó el Premio Único a «Luz y amor», de Cristhian Menéndez y Davide Faraci (Cuba, 2024).
En los Premios Oficiales 2025 se reconocieron distintas obras en cuatro categorías. En el Jurado de Ficción, se otorgó el Premio Lucía a la mejor obra de ficción a «Fenómenos naturales», de Marcos Díaz Sosa (Cuba-Argentina-Francia, 2024), acompañado de menciones especiales a «Cuando las hojas del nogal se vuelven amarillas», de Mehmet Ali Konar (Turquía, 2024); «Parto», de Vivian Bruckman-Blondet (Puerto Rico, 2025); y «Kokuhaku», de Adrià Guxens (España, 2024).
En la sección de Documentales, se distinguió a «Lago escondido, soberanía en juego», de Camilo Gómez Montero (Argentina, 2024), con el Premio Lucía, junto a menciones especiales a «Oasis», de Tamara Uribe y Felipe Morgado (Chile, 2024); «Mañana será mejor», de Eli Maene (República Democrática del Congo, 2024); y «El bosque intermitente», de Lázaro Lemus (Cuba-España, 2023).
Por otro lado, el Jurado de Animación y Cine Experimental consagró el Premio Lucía a la mejor obra de animación o experimental a «Yo voy conmigo», de Chelo Loureiro (España, 2023), complementado con menciones especiales a «Cedro libanés», de Nuria Suaya y Facundo Rodríguez Alonso (Argentina, 2025); y «40° a la sombra», de Eduardo Koko Elli (Argentina, 2023).
Finalmente, en la categoría de Cine en Construcción se asignaron dos premios Humberto Solás: uno a «Nunca más abril», de Ricardo Cárdenas Pérez (México, largometraje documental en desarrollo), y otro a «La gente de la ruta», de Lucas Koziarski (Argentina, largometraje de ficción en desarrollo). Además, se otorgó una mención especial a «Pizza flash», de Luca Guanci (Italia, cortometraje de ficción en desarrollo).
Volver…
Dice un amigo que los holguineros hablamos con una añoranza dulce y amarga a la vez por volver a caminar las calles de Holguín. Y sí. Esa nostalgia se extiende 33 kilómetros más allá, hasta Gibara. En esos días de julio, agosto y abril volvemos una y otra vez a la Villa Blanca para ver qué hallamos, para caminar sobre nuestros pasos y ver si encontramos los abrazos perdidos, las noches de otros años, los cócteles de camarón a menos de 25 pesos. Por eso, este festival debe permanecer en esta ciudad: para alimentar nuestra nostalgia y creernos la épica. Para cada año regresar, aunque ya hayamos comprendido que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver¹.
¹Peces de ciudad, Joaquín Sabina
Anyi Romera