El lado incómodo del teatro

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Voces al margen: el lado incómodo del teatro cubano contemporáneo

La luz corta de un reflector cae sobre un escenario vacío. Afuera, el país sigue su rutina, pero aquí dentro el teatro cubano ha sido tanto tribuna como trinchera, herramienta de educación, propaganda o crítica, dependiendo de su contexto desde la Revolución de 1959. Sin embargo, las estructuras de poder, representación y acceso han tendido históricamente a reforzar ciertos discursos oficiales, dejando otras voces —las de los homosexuales, los pobres, los enfermos mentales, los cuerpos no normativos— relegadas al margen o directamente silenciadas.

En este sentido, las dramaturgias marginales no solo tematizan la exclusión: muchas veces surgen desde ella, cuestionando los propios lenguajes y jerarquías del teatro establecido. Hablar de marginalidad en el teatro cubano contemporáneo es enfrentarse a una pregunta que desborda lo puramente estético: ¿quiénes son los cuerpos, las voces y las experiencias que aún hoy se sostienen fuera del centro, en los márgenes? ¿Qué significa representar lo marginal en un país que ha atravesado tantos discursos de igualdad, pero en cuyas grietas florecen silencios, exclusiones y resistencias?

Rine Leal, mayor referente de la crítica teatral en la escena cubana, publicó en 1982 un texto fundamental en la revista «Tablas»: «Marginalismo y Escena Nacional», que marcó un antes y un después. Leal proponía que lo marginal no solo aparece como un tema recurrente; al contrario, se convierte en una zona desde la cual se articula una visión compleja de Cuba, sus conflictos y contradicciones. Parto de esta mirada no para repetirla, sino para abrir nuevas preguntas sobre el teatro actual.

Entiendo la marginalidad en el teatro cubano contemporáneo como algo que ha dejado de ser simplemente «lo otro», lo excluido o periférico, para convertirse en una presencia cotidiana y compleja en la escena, muchas veces sin que los propios creadores se den cuenta. Y, por supuesto, no es una categoría teatral. Ya no es solo un tema puntual, sino un territorio donde se entrelazan silencios, resistencias y contradicciones que desafían el discurso oficial de igualdad. La marginalidad se vuelve entonces un modo de estar en el teatro: una insubordinación constante que atraviesa desde lo estético hasta lo simbólico y afectivo.

Un ejemplo vivo de esta marginalidad es «Kilómetro Cero», obra escrita y dirigida por Liliana Lam, basada en el libro «Pingueros en La Habana» de Julio César González Pagés, que reúne historias reales de jóvenes que se dedican a la prostitución masculina en la capital. La obra aborda un tema «delicado» que no había sido trabajado en el teatro más clásico y convencional de manera tan amplia, al estar asociado al «bajo mundo» o a lo anticultural. En esta ocasión, el teatro —que siempre ha sido el filtro más medido para reflejar la realidad— se abrió a brindarnos una mirada de lo mundano y puramente real, que lo acerca más al cine cubano contemporáneo que al teatro tradicional.

Tuve la oportunidad de apreciar la obra tres veces y pude constatar la aceptación del público. Esta parte de algo que se percibe como semejante, donde los espectadores se ven reflejados, aunque no todos hayan pasado por esas experiencias: basta con escucharlas, verlas o simplemente saber que existen.

Pero esta obra no es el único ejemplo. Irán Capote, joven dramaturgo graduado de la Universidad de las Artes (ISA), tiene en varios de sus textos la marca de lo marginal. Muchas veces no de manera intencional o directa, pero sí como un tema recurrente en piezas como «Medea Prefabricada», «Eau de Toilette», «Toska» o «Este Tren se llama Deseo». En esta última, que se presentó hace algunos meses en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, lo marginal aparece de manera abyecta.

Se trata de una puesta en escena reescrita a partir de la conocida obra clásica estadounidense «Un Tranvía llamado Deseo», de Tennessee Williams. Los mismos roles, pero con personajes totalmente adaptados a la Cuba actual: con una mirada fuerte y sin filtros, desnudos en escena, lenguaje callejero que por momentos es vulgar, personajes que no guardan las formas y que no intentan escapar de la marginalidad social que los acompaña. Tampoco la abrazan: simplemente conviven con ella, muchas veces sin saber que existe.

¿Quién hubiera pensado escuchar un «pinga» sobre las tablas? No es solo este detalle lo curioso, sino el hecho de que el público lo celebraba, entusiasmado de ver reflejado lo que hay en sus casas, en la de sus vecinos o en la esquina de la cuadra. Una puesta en escena que incluye en su banda sonora música de J Balvin y Bad Bunny en una escena de sexo es muestra de que los tiempos y las formas han cambiado.

Estas obras no son los únicos casos, pero sería demasiado extenso citarlas todas en este artículo.

No podemos negar que la presencia de cuerpos y voces antes relegadas al silencio en la escena cubana representa, en cierta medida, un avance hacia la visibilidad. Sin embargo, esta visibilidad ¿es realmente un triunfo o se ha convertido en una forma sutil de renegación social? Porque cuando lo marginal se institucionaliza, cuando lo que antes era un grito desde el borde pasa a ser una fórmula repetida, corre el riesgo de perder su fuerza disruptiva y transformadora. El teatro podría entonces reproducir más las expectativas de la sociedad oficial que desafiarla.

Entonces surge la pregunta: ¿refleja el teatro a la sociedad o la sociedad al teatro? La respuesta no es simple ni lineal. El teatro es espejo, pero también es mirada crítica, caja de resonancia, campo de batalla. La sociedad cubana está llena de contradicciones y el teatro no puede sino convivir con ellas, reproducirlas y a la vez tensionarlas.

Desde mi punto de vista, el teatro que habla desde la marginalidad auténtica debe resistir esa normalización fácil, debe preservar la incertidumbre y el desasosiego, no permitir que se convierta en un lugar cómodo o aceptado. Solo así puede seguir siendo un espacio de insubordinación, un territorio de preguntas y no de respuestas complacientes.

La marginalidad auténtica no es un refugio ni una etiqueta, sino un constante acto de insubordinación. Tal vez lo marginal ya no exista; tal vez seamos nosotros, de pie frente a la escena, quienes vivimos al margen.

Ihara Torres

La Burbuja Lab

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Laboratorio de creación para mujeres cineastas: La Burbuja Lab

La vida es una película contada por su sirviente más fiel: forma, fotografía, guion, actores, luces… y, para el engranaje, la dirección. La esencia de crear se sumerge como un embrión donde la mujer da vida; de ahí nace mi admiración por este proyecto, La Burbuja Lab, idea que conocí hace apenas unos meses.

Mientras realizo una pequeña investigación para este artículo, las primeras fotos que aparecen cuando pongo en el motor de búsqueda “directoras de cine en Cuba” son de nuestros grandes directores. De ahí surge un pequeño llamado a reflexionar sobre cómo la dirección de cine ha estado sesgada por la creación masculina. Incidir, entonces, en iniciativas como esta resulta de vital importancia para la visibilidad de la creación y producción cinematográfica realizada por mujeres.

Sara Gómez fue la primera directora del ICAIC y una figura clave del cine revolucionario; es considerada pionera dentro del cine cubano. Rebeca Chávez, gran documentalista, ha caracterizado su obra por una profunda investigación histórica y un compromiso con la memoria colectiva. Marilyn Solaya, directora, guionista y productora, posee una sensibilidad muy especial y única para abordar temas sociales complejos y, a menudo, silenciados, como la diversidad sexual, la identidad de género y el feminismo. Magda González Grau, realizadora, guionista y directora de doblaje de la televisión cubana, así como realizadora de cine y televisión, es otro de los nombres que vislumbran el trabajo de las mujeres en la dirección en Cuba.

Llega entonces esta iniciativa, creada por la actriz, directora y productora Rosa María Rodríguez. La primera edición de este laboratorio se realizó en la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV) de San Antonio de los Baños, en Cuba; tuvo lugar en febrero de 2024. La Burbuja Lab nace con el objetivo de dar visibilidad a proyectos de cine de Cuba, Centroamérica y el Caribe hechos por mujeres. Cuenta con el apoyo del Fondo de Solidaridad para Proyectos Innovadores (FSPI) de Francia en Cuba, otras productoras independientes y aliados nacionales e internacionales.

Este proyecto, hasta el momento, se desarrolla a través de residencias en las que las cineastas de los proyectos seleccionados tienen la oportunidad de recibir asesorías de dirección, producción y guion; clases magistrales y encuentros con redes de mujeres para fortalecer el pensamiento colectivo desde y para la mujer; así como encuentros que fomentan la creación y establecen alianzas para asistir a otros laboratorios de creación y mercados internacionales.

La vida transcurre en planos simultáneos, ofreciendo colores, sensaciones y nuevos caminos a la creación dentro del cine. Lo indescifrable cobra vida en mundos irreconocibles cuando nos permitimos verlo, cuando existen voces que desean contarlo.

Uno de los últimos ejercicios realizados por el laboratorio fue el Taller Cine Espejo, donde doce cineastas se imbricaron para crear desde sus experiencias personales. Todo lo que vemos tiene un período de tiempo de creación; estas películas enmarcan mucho más que conflictos o historias ficcionales: hablan de sus creadoras, y eso también trae respuestas.

Reconocer es una de las labores fundamentales para el cambio; crear con herramientas objetivas y un diálogo eficaz representa el punto correcto para dar vida y, por qué no, hacer cine.

María Karla Larrondo González

Festival Eyeife

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El Festival Eyeife abre su convocatoria para creadores menores de 35 años

Desde hace casi una década, el Festival Internacional de Música Electrónica Eyeife se ha consolidado como una de las plataformas más singulares y necesarias dentro del panorama musical cubano contemporáneo. Nacido en La Habana, y con una proyección internacional cada vez más sólida, Eyeife apuesta por el diálogo entre las raíces culturales de la isla y las estéticas y herramientas de la creación sonora electrónica. Cada edición es una celebración del mestizaje sonoro, del ritmo y la tecnología, de la memoria y la innovación. Por sus escenarios han pasado productores, DJs, músicos y artistas visuales tanto de Cuba como de otras latitudes, reunidos bajo un mismo espíritu: construir nuevas narrativas musicales desde la identidad, el riesgo y la experimentación.

En ese mismo camino de impulso a la creación y a las voces emergentes, Eyeife lanza su Concurso de Creación 2025 como parte de la programación de su novena edición. La convocatoria está dirigida a cubanos y cubanas menores de 35 años, sin importar si residen dentro o fuera del país. El eje central del concurso es la fusión: obras originales que articulen la música electrónica con elementos propios de la cultura sonora cubana en toda su amplitud y diversidad. El objetivo es claro: seguir explorando las posibilidades expresivas que emergen del encuentro entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre lo local y lo global.

Los interesados podrán participar enviando sus obras en formato digital (MP3 o M4A, con una duración máxima de tres minutos y medio) al correo electrónico eyeifewconvoca@gmail.com, o bien entregarlas de forma física en las oficinas de PM Records, ubicadas en Calle 11 núm. 257, entre J e I, en el Vedado habanero. Junto a la obra, se solicita incluir un currículo o biografía de máximo una cuartilla, los datos de contacto (nombre, teléfono, redes sociales) y los créditos correspondientes del tema enviado.

Las obras recibidas no cederán derechos exclusivos ni comerciales; los artistas conservarán plenamente la propiedad intelectual de sus creaciones. No obstante, al participar en el concurso se autoriza la difusión no comercial de las piezas en las plataformas digitales del festival —YouTube, Instagram, Facebook y Telegram— con fines exclusivamente promocionales. Además, se conformará una playlist oficial con todos los temas concursantes, lo cual ofrece una valiosa ventana de visibilidad para los creadores.

El jurado de esta edición está compuesto por destacadas figuras del ámbito musical contemporáneo cubano: la compositora Wilma Alba Cal, el DJ y productor Reitt, el director del Laboratorio de Música Electroacústica Enmanuel Blanco y el director artístico y curador musical Mauricio Abad. Ellos serán los encargados de seleccionar tres obras ganadoras y otorgar tantas menciones como consideren pertinentes. Los premios incluyen una retribución económica, la inclusión de los artistas ganadores en el cartel del Festival Eyeife 2025 y una difusión especial de sus obras a través de las plataformas del evento. También se elaborará una playlist adicional con temas ganadores de ediciones anteriores, integrando así una red cada vez más amplia de jóvenes creadores.

La convocatoria permanecerá abierta desde el 4 de agosto hasta el 5 de septiembre de 2025. Los resultados serán anunciados en la primera semana de octubre mediante los canales oficiales del festival. Esta edición del concurso reafirma el compromiso de Eyeife con tres líneas esenciales: la innovación musical, a partir del sonido cubano como territorio creativo en constante reinvención; la integración de la diáspora como parte inseparable de la cultura nacional; y la proyección global de nuevas voces mediante el uso estratégico de plataformas digitales.

Participar en el Concurso de Creación Eyeife 2025 es mucho más que enviar un tema. Es sumarse a una comunidad de artistas que miran al futuro con los pies firmemente anclados en la tierra fértil de su herencia. Es responder al llamado de un festival que no pone fronteras entre géneros, generaciones o geografías, sino que invita a habitar un espacio donde la música electrónica cubana se piensa, se transforma y se proyecta hacia el mundo. En Eyeife, cada obra es una afirmación de que la música cubana sigue siendo un campo abierto para la libertad, la mezcla y la invención.

Artículo: Evelyn García Hernández

Fotografía: @nereacoll 

codigo marcos

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CODIGO MARCOS

Entrevista exclusiva de Tunturuntu con Liena Cid y Patricia Pérez, creadoras del documental Código Marcos, una obra íntima y conmovedora que retrata la vida de una madre inmigrante en España y su hijo Marcos, diagnosticado con autismo. Durante más de diez años, la cámara acompañó a esta familia en su día a día, capturando emociones, aprendizajes y vínculos que rompen estigmas y celebran la neurodiversidad. En esta charla, hablamos del proceso creativo, los retos personales y el poder del cine para contar historias reales desde el amor y la honestidad.

El guaniquiqui de Cuatro Caminos

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Tejiendo un Legado: el guaniquiqui de Cuatro Caminos, una Tradición con Historia y Futuro

En el corazón del Cotorro, un poblado llamado Cuatro Caminos se distingue por una tradición artesanal única: el tejido de guaniquiqui. Esta práctica, favorecida por circunstancias históricas y económicas, floreció gracias al ingenio de una familia: los Calvo, quienes durante cuatro generaciones han custodiado este legado.

La historia del guaniquiqui en Cuatro Caminos se entrelaza con la del ingenio Portugalete, fundado en 1862. Allí, José de las Nieves Calvo Calvo, hijo de esclavos, trabajaba arduamente. Sin embargo, durante el «tiempo muerto», la escasez económica lo impulsó a buscar alternativas. Así, comenzó a tejer cestas de guaniquiqui para venderlas en el Mercado de los Cuatro Caminos de La Habana, marcando el nacimiento de una tradición que definiría a su comunidad. .

El guaniquiqui, una planta silvestre y perenne, es la materia prima esencial. Este bejuco, resistente y duradero, se transforma en cintas que, con habilidad y paciencia, dan vida a muebles y objetos decorativos. Cada pieza refleja la dedicación del artesano, convirtiéndose en una obra de arte única.

Lázaro Miguel Calvo Torres, heredero directo de la tradición, encarna el compromiso de la familia Calvo con el guaniquiqui. Con un profundo conocimiento de la técnica, Lázaro Miguel se dedica a compartir este saber ancestral, abriendo puertas a nuevas oportunidades económicas y sociales para su comunidad.

Aunque el tejido de guaniquiqui se practica en diversas regiones de Cuba, su potencial como motor de desarrollo local aún no se ha explotado plenamente. La transmisión oral de la técnica ha asegurado su continuidad, pero falta un enfoque sistemático que impulse su crecimiento como proyecto comunitario.

La revitalización del tejido de guaniquiqui en Cuatro Caminos ofrece un camino para preservar la identidad cultural, impulsar la economía local y transmitir conocimientos valiosos a las nuevas generaciones. Al apoyar a artesanos como Lázaro Miguel y promover la formación de jóvenes aprendices, se teje un futuro donde la tradición y la innovación se entrelazan para construir una comunidad más próspera y orgullosa de su herencia.

En Cuatro Caminos, la tradición artesanal de la familia Calvo ha impulsado significativamente el desarrollo de la técnica ancestral del tejido de guaniquiqui. Su influencia ha inspirado a otros artesanos del país, quienes han enriquecido esta práctica con estilos propios e innovadores incorporando nuevos materiales y generando soluciones formales artísticas de vanguardia.

Rescatar la tradición artesanal del tejido de guaniquiqui implica generar propuestas contemporáneas que se adapten a las necesidades y gustos actuales, atrayendo así el interés de los usuarios. Más allá de una simple técnica, el tejido de guaniquiqui representa un valioso patrimonio cultural.

Un proyecto de desarrollo local que ponga en valor la tradición y el conocimiento de la familia Calvo no solo fortalecerá la economía local, sino que también contribuirá a la preservación de este legado ancestral.

Nota: En reconocimiento a su destacada labor de preservación, rescate, revitalización y proyección artística del tejido de guaniquiqui, el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello otorgó el Premio Memoria Viva 2008 al Tejido de Guaniquiqui, tradición por más de 68 años de la familia Calvo, especialmente a José de las Nieves Calvo Calvo, conocido como el Padre del Guaniquiqui, un artesano centenario del poblado de Cuatro Caminos del Cotorro.

Artículo: Regla Echarte Martínez

¿Qué es La Nueva?

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La Nueva o tutorial para crear una comunidad

¿Qué es La Nueva?

«Tus números en redes no reflejan tu talento; exponen tu capacidad de contar historias que resuenen

Si un término flota a la superficie una y otra vez, es que hay algo que resuena, aunque no se pueda acotar dónde empieza o termina.
A partir de 2020, algunos se autodeclararon La Nueva generación de la música cubana; otros niegan estar relacionados y otros dicen que no existe.
Lo que siempre falla al analizar La Nueva es el lente desde el cual se mira. Desde la música no siempre hay puntos de contacto; ni desde la estética; ni siquiera en los públicos; ni siquiera hay una afinidad personal. Lo que los une son las formas de comunicarse, de componer, desprejuiciados de un lenguaje que no necesita ser poético en todo momento, y su capacidad de contar historias y sostener una narrativa continua y coherente. El artista de La Nueva es un híbrido entre creativo e influencer.

Mamá Estoy Brillando es el arquetipo del artista de La Nueva, en su variante urbana: un chamaco tranquilo en la vida real, casi siempre humilde en su proyección, pero que es un maleante rompecorazones, si le crees a sus canciones.

Chezca Zana y Axere son dos artistas que crearon y desarrollaron moldes nuevos para el artista cubano que fusiona géneros sin ningún tipo de barreras. Demostraron que existe un público para esta música “rara” que mezcla géneros musicales sin prejuicios. Para quienes nos gusta todo tipo de música, estos dos artistas son una manifestación hecha realidad. Canciones como EL REPA ES EL NUEVO PUNK, ¿Quieres ser Mi Pocha?, Todas las que me gustan viven en caselapinga o ELLA SOLA SE ROMPE se sienten como algo nuevo y genuino, que no deja de ser cubano, sin miedo a tomar otros códigos y traducirlos a nuestro entorno.

Lo que tienen (o tuvieron) en común Mamá Estoy Brillando, Chezca Zana, Aranda, Melanie Santiler, Unedukated, Isla Escarlata, Land Whales, El Chicle, Axere, ELEM66STRREET, EIDI, Maria Karla y unos cuantos más es su entendimiento de las redes sociales como plataformas para existir, no solo para venir a promocionarse.
¿Quiénes serían La Vieja?

“Mi gente, aquí estamos.” 

Se dice en otra historia de Instagram o en un estado de WhatsApp.

¿Esa gente tuya está aquí con nosotros en la habitación?

Esa frase flota sin destino definido, como tantas otras publicaciones que aparecen a diario: promocionales, insistentes, sin dirección, sin entender a quién se le habla al otro lado de la pantalla. Mientras tanto, hay una generación que no lo hace así: no grita al vacío, no posa sin entender; habla con su voz, sin intentar ser alguien más.

No todos han entendido (o aceptado) que ocurrió un cambio de paradigma en las maneras de consumo en redes sociales. Hasta el día de hoy, puede que muchos artistas no entiendan por qué no resuenan con audiencias nacionales, y menos aún internacionales.

Lo que la hace Nueva
«No le hablan a la masividad, sino al nicho.»

La Nueva no comenzó como una escena organizada, y mucho menos como un género; surgió como una vibración compartida, como un gesto simultáneo no sincronizado. Un cambio en el modo de habitar los espacios digitales; un nuevo entendimiento de cómo se manejan las tan debatidas “redes”. Crean contenido desde el presente y hablan desde sus códigos. Usan las redes no solo para promocionar sus carreras, sino para existir y compartir espacio y atención. Entendieron que integrarse es la clave: viven el entorno, no hacen una visita solo cuando necesitan algo de su audiencia. No se traducen a nuevos códigos: los hablan. Los entienden porque vienen de ahí, son hijos de internet.

Ver a tu artista favorito de La Nueva en Instagram no es solo saber qué canción va a sacar: es tener una nueva entrega de la serie de su vida. Cada pedazo de contenido se convierte en un capítulo nuevo; los comentarios, en roturas de la cuarta pared, y las colaboraciones, en episodios cruzados de sus series (crossover, si nos ponemos anglosajones).

No hay separación evidente entre obra y promoción. El contenido no acompaña la música: la expande y la multiplica en escala. La narrativa digital no es adorno ni marketing: es parte del diseño artístico y del enfoque hipermedia.

Hoy, cinco años después de sus primeras señales, La Nueva sigue sin ser una escena formal. Pero sí es un lenguaje compartido y asimilado por muchos que vinieron después, aunque algunos no quieran ser asociados a este término. Lo considero una oportunidad para que más artistas se unan a nuevas formas de ver el mundo, integren escenas musicales desconectadas e, incluso, sientan que, como generación, tenemos representación por músicos que crean y que no son menos que lo que vino antes.

Es un sentimiento de emancipación generacional y un reflejo del cambio de los tiempos: ya no somos niños jugando a ser; ya somos los actores. Que exista una Nueva que nos represente, diga lo que pensamos y hable como hablamos es una señal.

La Nueva no es un género. Es una señal de los tiempos.

Para escribir este texto se tomó el criterio de varios actores de La Nueva, incluyendo no solo a artistas, sino a realizadores audiovisuales, creadores de contenido, productores y demás personas que forman parte de La Nueva.

Quiero agradecer especialmente a Boylecito, Camilo (Daku), Mazze, Yo No Existo, Drumglass, Ilus Trash, Martín (Land Whales), Unedukated, Wil (Mamá Estoy Brillando), Melanie Santiler, EIDI, Brian de San Juan, Baracaldo y a unas cuantas personas más que, sin darse cuenta, ayudaron a organizar algunas ideas.

Artículo: Daniel Rosete Aguilera

A propósito de Nicolás Guillén

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A propósito de Nicolás Guillén

En el presente texto volaremos en la memoria hacia las primeras zonas escriturales de nuestro poeta nacional Nicolás Guillén, nacido el 10 de julio de 1902 en La Habana y fallecido el 16 de julio de 1989. Premio Nacional de Literatura de Cuba, periodista, activista y, sobre todo, poeta afrodescendiente que abordó con esmero los procesos de transculturación de nuestro país y colocó en la talla universal nuestras letras. Por lo cual, veremos esa zona fundacional de tal germen poético, a propósito del natalicio de su autor.

Poco después del inicio de las vanguardias de los años veinte del siglo pasado en nuestra nación, se establece de manera irruptora un tipo de poesía que, dentro de sus denominaciones, se encuentra la de afrocubana o negra. Poesía negra que, no como una moda, ha de cultivar Nicolás Guillén. En tal sentido, es una tendencia que coloca su principal interés en las problemáticas sociales y, a decir de Retamar, en la figura del negro como punto de vista o sujeto lírico. No en vano esta figura es parte indispensable del cuerpo de nuestra cultura nacional, y es en esa dirección que Guillén rescata sus valores para reconducir el arte cubano hacia una integración identitaria.

Existieron antecedentes de esta forma particular de la poesía en la isla, como el creciente interés por lo africano a comienzos del siglo XX en Europa, o más directamente publicaciones de poetas de América como Luis Palés Matos, con sus sonetos Danzarina Africana, o Ildefonso P. Valdés, con La guitarra de los negros, que se dieron a conocer con poemas negros en nuestra Revista Avance, en 1927. Así como en el tránsito de algunos poetas puristas hacia esta tendencia, como es el caso de Emilio Ballagas con Elegía a María Belén Chacón, aunque como iniciador de este camino en Cuba tenemos a Ramón Guirao con su Bailadora de rumba, publicado en el Suplemento del Diario de la Marina, en 1928.

 

Muchos otros son los autores, pero ninguno lleva el lirismo de sus textos al punto que Guillén, quien es ampliamente reconocido como la más importante voz en Hispanoamérica. Para ello le valió su primer poemario, publicado en 1930: Motivos de son. Es menester esta vuelta a sus primeros pasos para comprender su importancia. Este sería el germen que, un año después, veríamos en Sóngoro-Cosongo, en West Indies Ltd. en 1934, y en el resto de su producción, aunque dentro del proceso revolucionario de 1959 se procuró eliminar la discriminación hacia hombres y mujeres de tez oscura.

Pero el valor de transformación de la lengua castellana —es decir, del colonizador europeo— tiene mayor resonancia y desligue en Motivos de son. Es así como, en términos morfológicos y fonéticos, mediante la asunción de estructuras de géneros musicales populares como el son, la lengua se deforma y se conforma hacia su mezcla mayor en estos textos, sumando en primer orden la lengua bozal y la identidad del sujeto negro como eje. Su retrato comprende, como lo hizo la vanguardia pictórica europea, un nuevo tipo de belleza, una estética que no puede enmarcarse en el perfil blanco.

Está el poema que encabeza Motivos de son, Negro Bembón. Se trata de un negro al que el autor interpela para desgajar de él sus mayores complejos, asimismo su actitud al querer parecer blanco con el objeto de camuflarse en una zona superior del estamento social. Es de señalar que, en el siglo XIX, abolida la esclavitud, los negros solían ir descalzos y con un par de zapatos en alto para ostentar algo de importancia. Este tipo de sujeto es retratado ya por Pancho Fernández en el bufo catedrático, pero aquí adquiere un tono más crudo y apagado al modus vivendi republicano, así como el máximo vuelo lírico dentro del coloquialismo.

Es también el elemento social parte de la mezcla que aglutina este texto y el poemario todo. Debemos señalar que nos hallamos en un contexto de profundas implicaciones sociopolíticas y posteriores consecuencias, a partir del mandato dictatorial de Gerardo Machado. La denuncia, que también es heredera inmediata de los poetas minoristas, aquí toma la justa coherencia que abarca problemáticas locales, económicas como el desempleo, el rechazo a pesar de la abolición de la esclavitud, y llega al fin hasta la postura descolonizadora tanto en aspectos formales como temáticos.

No es menos cierto que son interminables los estímulos para que nacieran este conjunto de poemas, pero es interesante denotar cómo el propio autor identifica al Sexteto Habanero y al Trío Matamoros entre ellos. Es esta, como ha sido mencionado, la música del pueblo, sobre todo del interior del país, la expresión no aburguesada, la no incluida en lujosos eventos y salones, de la cual se apropia para también desde ese lugar periférico atacar las estructuras de poder imperantes.

Por todo ello, el ritmo popular como continente del contexto particular en cada poema, lo cotidiano en el habla y situación dada, sumado a la estructuración de estos textos, impone un nuevo canon ya lejos de la producción modernista, posmodernista y de primera vanguardia en la Isla.

Guillén transita en su posterior y abarcadora obra lugares ya diferenciados de este primer cuaderno, pero que siempre compartirán el sentido de lo nacional como búsqueda perenne en relación con los distintos contextos atravesados por nuestro país. Funge así como cronista universal, cuando busca no solo en nuestras aguas, sino en la amplia escala de la vida del hombre, desde el continente africano hasta Nuestra América.

Es digno de ser visitado en su próximo natalicio y en cuanto espacio pueda concedérsele, en tanto universo y parte indispensable de esas tantas voces que se sumaron a la lucha estética y a la vindicación del sentimiento nacional, de ese gen que nos hermana a cualquier distancia espacial o temporal.

Artículo: Manuel Peláez

Música para entendidos: que no entienden al público

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Música para entendidos: que no entienden al público

Es cada vez más común, en el contexto musical habanero la realización de conciertos (concretamente aquellos donde se interpreta música académica o «clásica») en los que la asistencia de público es escasa. ¿La calidad artística es baja? ¿Es la programación poco atractiva? ¿La vida contemporánea impide al público conectar con las «viejas músicas»?

Fotografía: Ivan Soca

Durante décadas, los formatos instrumentales que se especializan en interpretar música académica han gozado de prestigio. La interpretación de obras del repertorio europeo, cubano y latinoamericano coexiste con la formación de instrumentistas, directores y compositores. Sin embargo, ese legado hoy se encuentra en una encrucijada.

Aunque estas agrupaciones aún existen formalmente y mantienen cierta programación estable, su impacto social se ha debilitado. A esto, se suma la disminución de la calidad artística, las condiciones laborales precarias, la falta de estímulo profesional, el éxodo de talentos y las limitaciones para mantener una formación continua. El resultado es que, incluso cuando el repertorio es interesante, la ejecución no siempre logra conmover ni convencer. Esto no significa que estas expresiones hayan perdido todo su valor, sino que necesitan repensarse, no solo como espacio artístico, sino como objetos culturales dentro de una sociedad cambiante, exigente y diversa.

La teoría de la recepción —en particular los aportes de Hans Robert Jauss— nos recuerda que el sentido de una obra no está cerrado en la partitura, sino que se construye en el acto de recepción. Cada persona interpreta una experiencia estética desde su historia, sus referencias y su horizonte de expectativas (lo que espera y valora de una experiencia musical). Si ese horizonte no se encuentra con la propuesta artística, no habrá emoción ni comprensión, por más “excelente” que sea la interpretación musical.

Fotografía: Tania Veliz

Hoy en día, muchos conciertos se presentan sin una narrativa previa, sin una explicación accesible, sin un vínculo con el entorno o con la vida cotidiana del público. Las salas mantienen formas rígidas, con protocolos que pueden parecer ajenos o intimidantes. ¿Cómo podemos acercamos al público? Acompañándolo al encuentro con la música. Una buena estrategia de mediación puede incluir programas comentados, conciertos guiados, presentaciones habladas por los músicos, o materiales didácticos atractivos en redes sociales. Lo importante es asumir que el público no es ignorante, pero sí diverso, por lo cual hay que hablarle en un lenguaje más cercano y empático.

Para que la música académica vuelva a emocionar y gane en sentido social, es necesario cambiar la forma en que se entiende, se gestiona y se presenta. Un ejemplo lo constituye el concepto musicking propuesto por el musicólogo británico Christopher Small, donde lo importante no es solo la obra, sino lo que ocurre entre las personas cuando esta se interpreta —un entramado de relaciones sociales y culturales que dan sentido a la música—. De esta forma se obtiene una práctica cultural compartida, que puede ser ritual, creativa, educativa o incluso transformadora, si se gestiona con esa intención.

Fotografía: Nestor Martí

En Cuba, este cambio de enfoque es urgente si queremos que la música académica sea parte del tejido social y no solo una reliquia institucional. Debemos dejar de verla como un acto unilateral (de quien ejecuta hacia quien escucha) y empezar a construirla como una experiencia común, donde todos participen de alguna manera. Eso implica revisar el repertorio, abrir los espacios, escuchar al público y trabajar con sensibilidad cultural.

Gestionar una institución de este tipo en Cuba no puede reducirse a cumplir con un plan de conciertos. Debe pensarse como un proceso creativo en sí mismo, en el que se diseñe una propuesta artística con sentido, se cuide el lenguaje con el que se comunica, se piense en el contexto donde se presenta y se considere al público como un interlocutor activo, no como un simple asistente. Quienes gestionan instituciones musicales deben asumir la tarea de traducir la excelencia artística en experiencias significativas para la comunidad.

La música académica en Cuba no está condenada a la indiferencia, tampoco debe ser reducida a un fin “decorativo” o “museístico”. Tiene el potencial de emocionar, conmover, educar y representar a una sociedad compleja y diversa, pero para lograrlo, necesita cambiar esquemas. No basta con tocar bien (si se logra): hay que tocar con sentido, y para eso, la gestión debe ser tan creativa como la música que se interpreta. No se trata de simplificar lo complejo, sino de hacerlo “habitable”, porque si la música académica quiere volver a emocionar, tendrá que dejar de ser solo para “entendidos” y comenzar a ser también para quienes sientan.

Artículo: Edel Almeida Mompié

Salvador Sobral, un canto al corazón de La Habana

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Salvador Sobral, un canto al corazón de La Habana

En tiempos de crisis, un momento de placer parece un acto de osadía. Pienso esto mientras voy rumbo a la Fábrica de Arte Cubano (FAC), sorteando apagones y la inminencia de lluvia de un jueves nocturno —es 12 de junio—. El motivo, sin duda, vale la pena el esfuerzo: Salvador Sobral (Lisboa, 1989) ofrece un concierto único en La Habana.

A sus 35 años, el ya icónico cantante portugués visita Cuba por primera vez. Desde el anuncio de su presentación, el hecho suscitó el entusiasmo de un público conocedor de su historia, la dulzura de su voz y el éxito fulgurante en la edición de 2017 del Festival de la Canción de Eurovisión, donde obtuvo el primer lugar con la canción Amor pelos dois.

La Nave 3 de FAC se vistió de gala con la sencillez de un intérprete cuya voz es capaz de provocar auténticas epifanías. Poseedor de una templanza frenética, su estilo interpretativo está dotado de una autenticidad que hace pensar que cualquier cosa que cante le va a quedar bordada.

Es el caso de la propuesta que el artista nos trajo como pan bajo el brazo. *Alma nuestra* (Warner Music Spain, 2020) es el álbum resultante de la unión creativa de Sobral con el pianista cubano afincado en Portugal, Víctor Zamora: nueve boleros —desde Benny Moré hasta César Portillo de la Luz y Rafael Hernández, entre otros— pasados por el tamiz de la sensibilidad del portugués en una dosis vigorosa de jazz.

Ahí estaba él, en escena, arropado por un exquisito y potente formato de trío clásico de jazz, con Zamora al piano, Romeu Tristao al contrabajo y el incombustible Oliver Valdés en la batería. Salvador Sobral es un cultor consciente de la libertad creativa que supone un género como el jazz. Esa música imperialista, bromeaba durante el concierto, buscando mayor complicidad con su audiencia.

Resulta que un día, contaba, llegó a sus manos un disco con un mix de música latinoamericana donde estaba la canción Ay amor, de Bola de Nieve. Me enamoré de esta música y años después montamos una banda que se llama Alma nuestra, con el objetivo único de poder venir aquí un día. Luego hicimos el disco. Me siento feliz por estar tocando aquí en Cuba, dijo Sobral a una audiencia entregada a la consumación del viaje.

Hay humanidad desnuda y desinhibida en las maneras de Salvador Sobral como artista sobre el escenario. Desde la primera canción, Silencio, entendemos que el desgarro propio del bolero se transforma aquí en algo más. A cada instante, a cada melodía, Sobral abre ventanas que ofrecen una luz diferente a cada uno de estos clásicos que el público —especialmente el cubano— conoce perfectamente.

El piano de Víctor Zamora ayuda, sin duda, a crear esa atmósfera. Nacido en Mata, Villa Clara; después se muda a Cifuentes, luego a Varadero y, finalmente, a Lisboa. Siempre bajando el nivel, así lo presentaba el cantante, entre bromas y risas con el auditorio. Él es el responsable de mi lavado de cerebro y mi cubanificación.

Previo al concierto, relataba Sobral que estuvieron cuatro días recorriendo algunos rincones de Cuba; fueron a Cifuentes, a la casa familiar de Zamora, anduvieron por La Habana en busca de sonidos y experiencias cotidianas, pasaron por Matanzas y comimos de lo más rico en una cafetería por ahí, en la autopista, contaba el artista. Toda esa información vivida se percibía en el concierto.

Una a una, como gotas de lluvia fresca —a la par de la presentación, llovía afuera— fueron cayendo las canciones. En una versión ciertamente frenética de Tú mi delirio, Salvador Sobral mostró lo imaginativo que puede llegar a ser, sin que ello demerite en absoluto la calidad de su propuesta; fue capaz, en una canción como esa, de bromear en algún momento con las maneras expresivas del flamenco, rapear e incorporar el estribillo de la canción Riquisísimodel cubano Bebeshito. Destruimos la canción de ustedes, remarcaba al final, pícaro, entre los aplausos del público.

Cada tema solo podía sumar una nueva emoción a la anterior. Hay que acudir al disco para evocar sensaciones parecidas a las vividas en la Nave 3 de FAC con la versión de Sobral de Alma mía, la teatralidad de Bola de Nieve que el portugués es capaz de asumir en instantes de Si me pudieras querer, o la elevación en que se convierte Tú me acostumbraste, incluido su canto asomado al interior del piano de cola, como quien se asoma a un pozo y habla a su interior esperando alguna respuesta.

También hubo espacio para otras creaciones que van más allá del disco, como He perdido contigo, un pretexto más para jugar con la escena, para perderse de la vista de todos y dejar solo su voz declamando *El amenazado*, de Borges, con el acompañamiento del trío, por supuesto. Durante todo el tiempo del concierto, la sensación era la de estar en un antro acogedor, esos sitios fetiche donde se cultiva el jazz americano, donde el cantante hace lo suyo y luego sale de escena para que los músicos hagan el resto; entran y salen músicos del escenario, hay movimiento.

En un mano a mano entre piano y voz, Sobral cantó algo en portugués. Por supuesto, había que honrar la fecha, el motivo que permitió este concierto: la celebración del Día de Portugal, de Camões y de las Comunidades Portuguesas. Como guinda para ese momento, Salvador se sentó al piano y cantó Amar pelos dois, una letra sublime compuesta por su hermana, Luísa Sobral, la que le dio el triunfo en Eurovisión y lo hizo internacionalmente conocido.

Para el final, La gloria eres tú, una versión de la creación de José Antonio Méndez, en clave de swing, que se antoja bastante cinematográfica. Me recordó a un video que pulula por YouTube, donde Sobral invita a escena a la actriz cubana Laura de la Uz para cantar juntos esta canción, durante la presentación de Alma nuestra en el evento Cuba Cultura, que la actriz, junto al fotógrafo español Héctor Garrido y otros creadores locales, organizan cada año en la región española de Huelva.

Ese momento, como este concierto y otros tantos instantes –su más reciente disco junto a la cantautora Silvia Pérez Cruz, por ejemplo–, dan fe de que la creatividad de Salvador Sobral es a toda prueba, espontánea, inabarcable y fascinante.

Con el corazón por delante

Este concierto de Salvador Sobral, por primera vez en Cuba –Fábrica de Arte Cubano–, supuso un alto en la gira que el portugués lleva adelante junto a la cantautora española Silvia Pérez Cruz, defendiendo su más reciente disco Silvia &Salvador. Ese álbum es una fiesta maravillosa entre dos amigos. Hay una canción, compuesta por el uruguayo Jorge Drexler, que acaba con una conversación a tres donde, ante la duda de Drexler para titular la canción El corazón por delanteo El corazón al volante, Sobral esgrime su legitimidad: para cantar cosas sobre el corazón, como autoridad del corazón, te digo que es mejor El corazón por delante.

Si de poner el corazón se trata, a este intérprete hay que concederle dicha jurisdicción poética. Solo había que escuchar lo que contaba durante su presentación en Nave 3, cuando relató que lo operaron del corazón. Me pusieron el corazón de otra persona –el trasplante ocurrió en 2017, cuando tenía 28 años–. Creo que me dieron un corazón cubano, contaba entre aplausos del público.

Aquella última frase me recordaba a una entrevista reciente que Salvador Sobral concedió, junto a Silvia Pérez Cruz, al presentador español David Broncano en su espacio del prime time ibérico, La Resistencia. Allí decía entre bromas que cuando tenemos conciertos, yo siempre digo que (el corazón trasplantado) es de ahí. Si estoy en Sevilla, creo que mi corazón es sevillano y así, lo digo donde sea. Bien jugao, le replicaba Broncano.

Cuando la gente viene a verme, piensa que va a ver al niño enfermo cantando; de repente salgo yo y empiezo a gritar, decía en 2019 al diario Público. Ciertamente, el performance de Salvador Sobral, su proyección sobre la escena, es una dosis exquisita de vida y música, es un bálsamo reparador. Lo sabía el público de Nave 3, el pasado 12 de junio, cuando aplaudía a rabiar y coreaba ¡Otra, otra!. Y Sobral cantó otra, y luego otra más.

Sorprendió con La felicidad, de Pablo Milanés. Es la canción de Pablo que más me toca, me da ganas de llorar cada vez que la canto. Qué descanses en paz, maestro, diría el portugués en sus redes sociales al conocer la muerte del cubano.

Y sin dar tiempo a que las emociones asentaran sus formas, Sobral y los suyos pusieron a todos a bailar con Vereda tropical; incluso puso a cantar al embajador de Portugal en Cuba. Agradeció que su primer concierto en la isla fuera en Fábrica de Arte Cubano, este lugar fabuloso, un lugar de libertad real. Muito obrigado, muchas gracias a todos. ¡Estoy feliz, muy feliz!. Y el público, pletórico junto a él, estaba en una nube que ojalá no fuera pasajera.

Sergio Murguía

La actualidad de la crítica teatral cubana

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Regreso hacia la crítica: Algunas valoraciones sobre la actualidad de la crítica teatral cubana

Si bien no me considero un conocedor o apasionado del cine de animación, no puedo comenzar estas líneas sin recordar la película *Ratatouille*, producida en el año 2007 por Pixar Animation para Walt Disney Pictures. Casi al final de la cinta, el conflicto se resuelve en una escena magistral donde el antagonista, el áspero y estereotipado crítico culinario Antón Ego, nos regala un visceral monólogo sobre el auténtico espíritu de su oficio.

La secuencia destaca por sus dotes técnicas, pero su guion es igual de sublime cuando escuchamos a Ego decir: «La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos. Arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, que son divertidas de escribir y de leer. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que, en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. Pero en ocasiones el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo. El mundo suele ser cruel con el nuevo talento; lo nuevo necesita amigos.»

Quizás no sea esta la fuente más convencional o la que se espera de un juicio crítico riguroso, pero es en estas palabras donde he hallado con mayor fuerza una declaración de principios que sustenta lo que es para mí hoy el ejercicio de la crítica. Brad Bird, director y guionista —quien ya nos había sorprendido con historias de culto dentro de la animación como *El gigante de hierro* (1999)— elige al crítico como el villano de su película, a sabiendas de que es esa figura la que el imaginario del mundo del arte suele ver como el enemigo de la creación auténtica y libre; sus juicios de valor son la antítesis de la libertad creativa. Sin embargo, por más que el artista contemporáneo haya tratado de desligar la trascendencia de su obra del análisis crítico, paradójicamente, el arte de nuestros días ha desarrollado y ampliado las funciones del crítico.

Al mismo tiempo, es verdad que a voz pública se cuestiona cada vez más la necesidad de una crítica para el arte o, peor aún, se ignoran completamente sus funciones y competencias.

En el caso de la crítica teatral, este fenómeno se da de manera particular, quizás por ser el teatro uno de los campos pioneros en contar con una crítica de arte. Soy graduado en Teatrología, una carrera rara y difícil de explicar en su verdadera esencia. Como campo de estudio e investigación sobre el fenómeno teatral y sus distintos componentes, adquirimos autonomía a finales del siglo XIX y principios del XX en Alemania, de la mano de investigadores como Max Hermann, provenientes del mundo de la literatura, que se especializaron y valoraron la independencia del teatro.

Desde entonces, aunque la investigación teatral es un universo mucho más amplio, la crítica teatral ha pasado a estar sostenida en un corpus teórico sólido; sin embargo, no es necesario ser teatrólogo para ejercer la crítica. De hecho, no en todos los países los estudios de arte dramático contemplan la Teatrología como una carrera.

En Cuba, la Teatrología existe como estudio de nivel superior desde la fundación de la Facultad de Arte Teatral de la Universidad de las Artes (ISA). Este hecho solo demuestra la alta conexión existente entre la investigación y la praxis creativa que se gestaba en el panorama teatral cubano, sobre todo a partir de 1959. La Teatrología en Cuba tiene, por supuesto, un énfasis en la crítica teatral, pues el ejercicio crítico cuenta, como bien han señalado varios de mis colegas, con dos factores fundamentales que aún hoy se mantienen.

En primer lugar, su tradición que parte con la obra génesis de Rine Leal, precursor de los estudios de Teatrología en nuestro país. Leal, además de ser un crítico consagrado, se dedicó a historiografiar una herencia teatral cubana que sirviera de arsenal a una crítica nacional.

A partir de entonces, hemos contado con una larga lista de nombres que evidencian este legado a lo largo de distintas generaciones, como pueden ser Calvert Casey, Rosa Ileana Boudet, Raquel Carrió, Roberto Gacio, Vivian Martínez Tabares, Esther Suárez Durán, Lillian Vázquez, Osvaldo Cano, Amado del Pino, Eberto García Abreu, Marilyn Garbey, Omar Valiño, Norge Espinosa, Jaime Gómez Triana, Yohayna Hernández e Isabel Cristina López Hamze.

Raquel Carrió: Premio Nacional de Teatro 2024

Esta extensa lista de nombres resulta limitada si consideramos que, en realidad, estamos siguiendo el rastro de una tradición de crítica teatral en la Isla que no solo se define por el número de críticos, sino por la relación participativa de estos dentro de los procesos creativos y su validación como un ente fundamental dentro del funcionamiento del esquema teatral cubano.

Nuestra tradición teatrológica no se limita a engendrar investigadores aislados en centros de investigación o relegados al claustro de una universidad; menos aún contempla la figura del crítico frío y distanciado del espectáculo que aparece cada semana en la columna de un periódico. Aunque podemos encontrar colegas teatrólogos en las esferas de la gestión cultural, la investigación, la docencia e incluso dentro de los medios de prensa, la implicación directa con los procesos culturales ha sido siempre una característica distintiva de nuestro ejercicio crítico, y me atrevería a decir que su principal baluarte.

Más allá de los aportes al campo de la teoría, la crítica teatral cubana se ha definido por un ejercicio que considera el juicio de valor como una parte indispensable en la ecuación de los procesos creativos, entre la emisión y la recepción del espectáculo. Por tanto, la crítica es asumida —sin dejar de lado su rigor investigativo y académico— como un proceso creativo en sí mismo. La gran mayoría de los nombres mencionados anteriormente ha tejido su carrera en relación directa con varios de los colectivos teatrales más importantes de su época, estableciendo una dialéctica con los procesos del teatro que no se limita al resultado disfrutable sobre el escenario, sino que se involucra en la gestación y artesanía de las puestas en escena.

Esta labor muchas veces les permite desempeñarse como asesores teatrales (más del noventa por ciento de nuestros críticos trabaja como asesores teatrales de algún colectivo), pero también tenemos exponentes que han desarrollado la actuación, la dramaturgia e incluso la dirección paralelamente a su labor crítica.

Debido a esta particularidad, no son pocos los que han cuestionado la imparcialidad del crítico teatral cubano, al estar altamente vinculado al acto creativo. Una duda quizás lógica, pero que se diluye al entender que, si bien nuestra tradición no es la de los columnistas distanciados que se limitan a publicar sus reseñas, nuestra visión del trabajo crítico como forma de arte conlleva también una dimensión ética que nuestros pioneros en esta labor supieron desarrollar.

Esa tradición creativa y ética deja su testimonio en las múltiples publicaciones de investigaciones y textos críticos sobre teatro que han aparecido durante más de sesenta años en diversos medios, desde los más oficiales hasta los más alternativos.

Sin embargo, la mayor expresión de la importancia cívica del teatro para nuestra sociedad contemporánea se encuentra en la aparición de revistas especializadas y exclusivas del arte teatral, como Conjunto —fundada en 1964 desde Casa de las Américas con el objetivo de ser un órgano de difusión y visibilidad del teatro latinoamericano— y Tablas, creada en 1982 por el casi recién instaurado Ministerio de Cultura (1976).

Esta última, surgida en medio de un contexto teatral herido por las secuelas del Quinquenio Gris, fue fundada con la misión de ser «una revista para difundir la imagen del teatro cubano actual y ser un vehículo de orientación y crítica» y «contribuir a la formación de un público más sensible y culto». Desde entonces hasta hoy, Tablas constituye un auténtico testimonio del quehacer teatral del país durante casi cuarenta años, no solo a través de las críticas a espectáculos, sino también por la publicación y difusión de textos teatrales y teóricos.

Pese a la tradición que he expuesto anteriormente, hoy afrontamos una crisis en el reposicionamiento y la efectividad de la crítica teatral. Basta con observar la decadencia de ingresos en la carrera de Teatrología o la escasa recepción de la revista Tablas (que ya ni siquiera se publica de manera impresa), y lo que es peor, el deterioro de la figura del crítico como un ente social importante en los procesos creativos y en el mundo de la cultura en general.

Las razones de ello podrían ser múltiples y deducirse si pensamos en Cuba como un país donde el ejercicio crítico está en decadencia en todas las esferas. Esto no solo se debe a los medios de censura (que siempre han existido y han sido sorteados en otras épocas), sino que nuestra sociedad también se ve afectada por el mal de la desidia y la apatía generalizada, un terreno infértil para cualquier acto valorativo.

En el caso de las artes escénicas, podemos observar que cada vez se va menos al teatro. Incluso en nuestro movimiento teatral, las migraciones han creado ausencias abruptas que han terminado por mellar el desarrollo natural del arte escénico.

De hecho, no sería descabellado pensar que el teatro contemporáneo, en su apuesta por nuevas formas y roles, puede prescindir de las figuras del crítico y lograr un diálogo más directo con el espectador a través de las redes sociales u otras plataformas de opinión.

Todo lo anterior podría ser cierto, pero si la sinceridad prima sobre nosotros, estos son escollos que una crítica teatral con tradición y altamente ligada al acto creativo podría sortear. Puede que el teatro cubano esté en «crisis», pero se sigue yendo al teatro, se sigue haciendo teatro y este es valorado como un arte con aprecio social, ya sea por su carácter más abiertamente contestatario, transgresor e incómodo.

Sin embargo, si algo distingue al teatro cubano de hoy es su falta de acompañamiento crítico. Con un pensamiento crítico débil, sustentado apenas en el prestigio de los investigadores que aún están en ejercicio, cuya labor es mirado por las nuevas generaciones de espectadores y creadores como una práctica obsoleta y hermenéutica, el teatro cubano contemporáneo queda aislado, como una suerte de estertores de poéticas inconexas e incomprensibles.

Pareciera que los exponentes actuales de nuestra escena, como La Franja Teatral, Nave Oficio de Isla Comunidad Creativa, Teatro Rumbo, Teatro El Portazo y Grupo de Experimentación Escénica La Caja Negra, tienen poco contacto con antecedentes como Teatro Buendía, Teatro El Público, El Ciervo Encantado o Argos Teatro. Más allá de los referentes y maestros que declaran sus directores, toca a la crítica aunar esas herencias e incluso revelar las no siempre declaradas, muchas veces por desconocimiento o porque las rupturas generacionales accidentadas de nuestra historia teatral lo impiden.

Más preocupante aún resulta ver la falta de intentos por señalar las nuevas sendas temáticas y formales que agrupan a la creación escénica y a la dramaturgia nacional. Si bien pueden ser diversas, referirlas sería una ganancia para una tradición que siempre se preocupó, en décadas distintas, por entender las conexiones entre nuestros exponentes teatrales, más que por un simple acto de catálogo, por la oportunidad de definir nuestros panoramas escénicos correspondientes en sus similitudes y diversidades. Tampoco existe un interés por ver cuáles son las principales influencias internacionales que marcan a nuestros colectivos, como antaño hacía la crítica, no solo desde la identificación, sino desde la promoción de autores y publicaciones que permitían que estos materiales también fueran asequibles para el público asiduo al teatro.

Hoy por hoy, los espacios para ejercer la crítica teatral tradicional son pocos y cuentan con estrategias caducas. La revista *Tablas* saca sus números de manera casi anárquica, sin que la llegada de estos constituya algún interés para la audiencia, ni siquiera para los propios críticos y teatristas implicados en sus páginas. Tampoco en sus últimas ediciones resulta un medio que mantenga una política editorial e investigativa que comprenda las urgencias del teatro cubano, con números dedicados a temáticas que parecen forzadas, mientras que otras de mayor inmediatez quedan de lado.

Pese a que la revista y otros medios han intentado acercarse a las plataformas digitales y a la generación de contenidos más acordes a los nuevos modelos de consumo, lo cierto es que esto termina por ser una doble pérdida, pues ceden en la calidad y el rigor de sus contenidos y tampoco logran desenvolverse con efectividad en estos medios emergentes.

La crítica, como el teatro, debe adaptarse a los nuevos lenguajes, ser más seductora hacia esa audiencia que también sostiene su razón de ser. Pero, así como el teatro defiende su naturaleza y su tradición de arte vivo, la crítica en Cuba ha de defender su rigor y su compromiso ético, con una búsqueda de la verdad y el auténtico impacto social y estético de un espectáculo, más allá de cualquier compromiso o directriz del poder, y mucho menos servir de promoción o paliativo para el trabajo de nuestros «camaradas».

De estas nuevas maneras, debemos adoptar la fórmula del lenguaje directo, lograr la conexión con el lector/espectador en pocos segundos y, si es preciso, conseguir un mayor impacto visual. Sin embargo, el rigor investigativo nunca es negociable. Tenemos que entender y hacer entender nuestra diferencia con el comentario de Facebook que aparece una vez terminada la función; es a ese al que deberíamos ganarle el terreno fácilmente.

Hace unos años, un usuario escudado bajo el nombre de El gato de Schrödinger captó la atención del mundo teatral cubano con sus críticas a los espectáculos en cartelera. El efecto provocado por el incógnito y la agresividad de sus juicios —la verdad, poco sustentados y con claras intenciones de llamar la atención a través de una cizaña de corte pseudointelectual— puso en alarma a los teatristas.

En un contexto donde nadie habla de la crítica teatral, en esos días El gato estuvo en boca de todos. Entre la indiferencia de algunos y el odio visceral de otros (quizás poco acostumbrados a ser valorados o sintiendo que alguien hacía el trabajo que ellos debían hacer), la pregunta era quién sería este extraño juez. No faltaron quienes se le enfrentaron directamente a través de los comentarios, aunque la tendencia de nuestros críticos más reconocidos fue evitar un enfrentamiento directo, porque eso le daría legitimidad al outsider enmascarado.

Aun así, muchos no pudieron aguantarse y publicaron posts en Facebook y WhatsApp, donde indirectamente respondían al felino rebelde. El gato desapareció de un día a otro (creo recordar que anunció su retirada) y las valoraciones sobre los espectáculos volvieron a su status quo. He visto directores que se jactan de haberlo humillado, otros que dicen que se trataba de un estudiante; lo cierto es que su identidad sigue siendo un misterio, como si se tratara de un asesino en serie.

La verdad en cuanto a este suceso es que, si nuestra crítica teatral estuviera activa, El gato, con sus valoraciones deficientes y apresuradas, no hubiera pasado más que como un suceso aislado. Como vimos en la cita de Ego, las críticas negativas son divertidas de leer y de escribir. Este tipo de discurso prolifera solo en un país donde la crítica teatral en los últimos veinte años ha abogado por el paternalismo extremo sobre los espectáculos, donde cada vez son menos los premios que se otorgan tras el debate coherente y declarado de los críticos teatrales.

Si los amantes del teatro en Cuba encontraran en los medios de crítica (si al menos encontraran los medios de crítica) o en otras redes los trabajos de profesionales con una labor constante que les permita identificarlos, y, sobre todo, que sus juicios se adhieran a esa realidad teatral que fin de semana tras otro vemos en nuestros escenarios, El gato dentro de la caja estaría indudablemente muerto.

Eso sí, creo que de El gato podemos aprender varias cosas. Sobre todo, resaltar su manejo de las redes y la estrategia comunicativa para ser escuchado, a lo que se suma el hecho de asumirse como un ente con intenciones de reconocimiento. A pesar de lo efímero de la experiencia y aunque nos cueste aceptarlo, este personaje nos señala claramente que debemos cambiar las maneras de interactuar con la audiencia. Nuestras publicaciones especializadas apenas se leen, nuestros paneles y coloquios resultan aburridos y somos el hazmerreír entre los artistas.

Un medio como Tablas no puede centrarse solamente en la publicación de la revista o en la organización de desmontajes y presentaciones de libros. Tablas tiene que ser una marca con distintos niveles de acceso al público y a los artistas: podcasts, videos en YouTube, publicaciones en Instagram, en fin, todos los medios disponibles para conectar con quienes necesitan del consumo teatral.

Tampoco es un secreto que el pago a la crítica teatral en las plataformas reconocidas por la institucionalidad es bajo, otro factor que se suma a que cada vez menos se le dedique cuerpo y alma a este trabajo. Pero insisto una vez más: no es una situación meramente económica, ni de apatía social, ni de necesidad de virtualización lo que ha puesto en jaque al crítico.

Más bien, estos factores mencionados han provocado el resquebrajamiento de lo principal: la pérdida de una tradición. Sin esa tradición no se puede acceder a los nuevos lenguajes; se carece de un objetivo que reinventar y salvar.

Hoy, con tristeza, miro a los pocos estudiantes que hacen los exámenes de ingreso para estudiar Teatrología. Muchos, por no decir la gran mayoría, son desconocedores del fin de la carrera y de su importancia. Menos son los que llegan a graduarse y contadas son las excepciones que se dedican a la investigación y a la crítica teatral.

Más triste me resulta aún que baje el nivel de los exámenes para el ingreso; quienes apuestan por esta política en aras de mantener viva la carrera solo blanden un cuchillo de doble filo, pues atentan directamente contra la exclusividad del conocimiento que preservamos, ese que, más que hacernos elitistas, nos permite obrar con mayor conciencia sobre una sociedad que necesita el diálogo con su teatro. Una necesidad imperante, quizás hoy más que nunca, porque lo que sucede sobre esas tablas es de los pocos espacios donde aún se respira libertad auténtica. Una libertad que, parafraseando una vez más la cita del inicio, necesita de amigos.

José Antonio García