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Volver a Cuba: de la mesa al alma.

Por Sara Sánchez

La Habana fue, y es, uno de los destinos más visitados en el Caribe desde podríamos decir, su propia fundación hace ya más de medio siglo. No ha faltado quien regresa cada año, con la familia, los amigos, de luna de miel, de despedida de solteros, para darse un tiempo, para organizar la vida, o simplemente para disfrutar del paraíso real que son sus playas y ciudades coloniales en cualquier época del año. Hacer turismo, tomar vacaciones dicen unos; pero desde este lado de la isla la cosa se ve diferente.

El turismo en Cuba, principalmente en la capital, supone un reglón indispensable en los pilares de la economía que sustenta el país. La lucha, el money, los yumas, el salve… las relaciones internacionales, los lazos de amistad entre naciones, los ilustres visitantes… te todo un poco y a toda escala se analiza el fenómeno.

Lo cierto es que 2020 ha sido un cintazo para la bolsa familiar de los habitantes de la isla, la pandemia, -que no solo paralizó escuelas, eventos culturales, centros laborales, círculos infantiles, trasporte urbano,- también dejó una falta inmensa de la pluralidad de tierras y lenguas que compartían los adoquines de la Plaza Vieja del Casco Histórico de La Habana y los trozos de Malecón, y por consiguiente hacían girar una maquinaria que mantenía a flote negocios privados, casas de renta y más de un emprendedor que había decidido tirar el ancla aquí y ver que pasaba.

Dejó de ser útil vestirse con una bata cubana, colocarse unas flores en la cabeza, agarrar una cesta y un tabaco e ir a esperar una propina a cambio de foto, a cualquiera de las plazas asediadas por turistas en la zona ultramarina de la ciudad. Se acabaron los ratos largos para pintarse como estatua viviente en las esquinas de Obispo, casi nadie volvió a poner la mesita de bisutería y souvenir en los bajos del edificio, ya no hizo falta abrir la tienda de libros usados y reliquias de la gesta revolucionaria, los paladares ajustaron cuentas y se mudaron al delivery, los guías se sentaron en casa y los almendrones se parquearon a resguardo. La Habana, más silenciosa que nunca, sintió la ausencia de quien la compra en otra moneda con hambre de conquistador. También del que llega y la ama, la cuida, la vive, la sueña de todos los modos posibles.

Pero no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista… Esta semana volvieron a abrir los aeropuertos de la capital, y las agencias de viajes anuncian un retorno gradual de los visitantes a la Mayor de las Antillas. Habrá que extremar medidas, sí. Habrá que ser más reservados, cosa que le cuesta al cubano promedio, sí. No apretones, no abrazos, no besos…ni «qué bolá asere” de cerquita sin mascarilla, ni risitas y bulla pegada luego de unas cervezas o mojitos… Es lo que toca. Pero saldremos, como suele suceder, de este limbo que tiene a la Habana (y al país) en ascuas.

Necesariamente La Habana deberá ser otra vez uno de los destinos más visitados en el Caribe como lo aseguran sus 501 años de fundación. No faltará quien vuelva a poner los pies en ella cada año, con la familia, los amigos, de luna de miel, de despedida de solteros, para darse un tiempo, para organizar la vida, o simplemente para disfrutar del paraíso real que son sus playas y ciudades coloniales, y llevarse un poco de su gente. Hacer turismo, tomar vacaciones dicen unos; pero de este lado de la isla la cosa se ve diferente. Desde aquí se ve como un soplo necesario, no solo de la economía, sino desde la espiritualidad, aunque muchos no sepan.