En la última década el reggaetón, el trap, el dancehall y demás géneros urbanos se erigen como grandes pilares en los que se asienta el panorama musical de nuestros días. Artistas de todas las latitudes se lanzan a estilos que viven hoy quizás, su mejor momento; la mayoría de los músicos aspiran precisamente, a convertirse en los reyes y reinas de la música urbana.
Es por eso que en las letras es recurrente el desencuentro, o mejor, para estar a tono con su jerga, es frecuente la tiraera. En la fiebre que son estos géneros, sus exponentes viven un constante reto: demostrar que son lo mejor del reparto.
Según el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, el término tiraera (versión coloquial de tiradera), es “una burla con la que se mortifica a alguien”. Ya en términos musicales, tiraera se refiere a llevar el pleito a las rimas o los versos.
Cuba es tierra fértil para esta tendencia, a juzgar por nuestros propios rasgos culturales. Es así que hemos vivido disputas célebres entre cantantes de reggaetón y trap: ¿cómo olvidar los históricos choques entre Baby Lores y el Insurrecto, después de la disolución de su dúo Clan 537?
Más recientemente, cantantes como Yomil, Chocolate MC, El Príncipe, El Taiguer y otros tantos, tienen a sus seguidores a la expectativa de nuevos temas en los que se defienden como los “números uno” en el panorama musical urbano de Cuba y les “tiran” a sus rivales.
Pero a pesar de que parezca un fenómeno fresco, eso de llevar la rivalidad a las rimas y los versos, al menos en su estado más puro y literario, nos recuerda las históricas controversias de la campiña cubana.
Pudiera parecer que el guateque es cosa de ayer, pero para sorpresa nuestra, en muchos campos de Cuba todavía persiste la tradición de celebrar entre familiares y amigos verdaderas fiestas, en las que las controversias son como su plato fuerte (además, del delicioso lechón asado y el congrí).
Una guerra en versos, así también se le conoce y quizás por esta característica -aunque salvando las distancias- es que nos recuerdan las riñas musicales entre reguetoneros y traperos de hoy.
Si vamos a la raíz, la controversia es apenas una de las tantas formas que toma el punto cubano. Este género musical cantable, antiguo y genuino a la vez, es parte indiscutible de nuestra identidad cultural; nos fluye por las venas, a pesar de que puede haber quien lo considere aburrido y pasado de moda.
Si de algo no hay dudas es que el punto sigue siendo la fiesta de nuestros campos y la controversia, la expresión más auténtica de las ocurrencias en décimas improvisadas, al compás de laúd, tres, clave, guitarra y güiro.
Históricas controversias están archivadas en la memoria nacional. Se encargaron Adolfo Alfonso y Justo Vega de inmortalizar algunas de ellas para nuestros padres y abuelos, a través de espacios radiales y televisivos, como “Palmas y Cañas”.
Otras como la llamada “Controversia del Siglo”, entre Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí) y Angelito Valiente, son parte de lo más trascendental de nuestra poesía oral. En 2017, el punto cubano entraría triunfal a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Bien podrían asomarse los cantantes de géneros urbanos a las controversias que se tejieron y tejen todavía hoy en los guateques campesinos. A fin de cuentas, ir a la raíz es totalmente lícito, si de crear se trata.
Quizás demostrar que lo hacemos bien y mejor, la competitividad, el humor, la gracia, el chiste o el choteo, sean inherentes a nuestra idiosincrasia. Quizás eso de contrapuntear nos venga en la sangre, quizás la picardía en rima sea algo que se nos da bien a los cubanos, quizás las distancias entre la tiraera y la controversia no sean tan abismales.
Aun así, la intención no ha sido comparar ambos fenómenos -no sería justo hacerlo-, pero sí resulta interesante encontrar en ambos, rasgos culturales que nos definen para, en ese intento, encontrarnos también como cubanos.