En tiempos de crisis, un momento de placer parece un acto de osadía. Pienso esto mientras voy rumbo a la Fábrica de Arte Cubano (FAC), sorteando apagones y la inminencia de lluvia de un jueves nocturno —es 12 de junio—. El motivo, sin duda, vale la pena el esfuerzo: Salvador Sobral (Lisboa, 1989) ofrece un concierto único en La Habana.
A sus 35 años, el ya icónico cantante portugués visita Cuba por primera vez. Desde el anuncio de su presentación, el hecho suscitó el entusiasmo de un público conocedor de su historia, la dulzura de su voz y el éxito fulgurante en la edición de 2017 del Festival de la Canción de Eurovisión, donde obtuvo el primer lugar con la canción Amor pelos dois.
La Nave 3 de FAC se vistió de gala con la sencillez de un intérprete cuya voz es capaz de provocar auténticas epifanías. Poseedor de una templanza frenética, su estilo interpretativo está dotado de una autenticidad que hace pensar que cualquier cosa que cante le va a quedar bordada.
Es el caso de la propuesta que el artista nos trajo como pan bajo el brazo. *Alma nuestra* (Warner Music Spain, 2020) es el álbum resultante de la unión creativa de Sobral con el pianista cubano afincado en Portugal, Víctor Zamora: nueve boleros —desde Benny Moré hasta César Portillo de la Luz y Rafael Hernández, entre otros— pasados por el tamiz de la sensibilidad del portugués en una dosis vigorosa de jazz.
Ahí estaba él, en escena, arropado por un exquisito y potente formato de trío clásico de jazz, con Zamora al piano, Romeu Tristao al contrabajo y el incombustible Oliver Valdés en la batería. Salvador Sobral es un cultor consciente de la libertad creativa que supone un género como el jazz. Esa música imperialista, bromeaba durante el concierto, buscando mayor complicidad con su audiencia.
Resulta que un día, contaba, llegó a sus manos un disco con un mix de música latinoamericana donde estaba la canción Ay amor, de Bola de Nieve. Me enamoré de esta música y años después montamos una banda que se llama Alma nuestra, con el objetivo único de poder venir aquí un día. Luego hicimos el disco. Me siento feliz por estar tocando aquí en Cuba, dijo Sobral a una audiencia entregada a la consumación del viaje.
Hay humanidad desnuda y desinhibida en las maneras de Salvador Sobral como artista sobre el escenario. Desde la primera canción, Silencio, entendemos que el desgarro propio del bolero se transforma aquí en algo más. A cada instante, a cada melodía, Sobral abre ventanas que ofrecen una luz diferente a cada uno de estos clásicos que el público —especialmente el cubano— conoce perfectamente.
El piano de Víctor Zamora ayuda, sin duda, a crear esa atmósfera. Nacido en Mata, Villa Clara; después se muda a Cifuentes, luego a Varadero y, finalmente, a Lisboa. Siempre bajando el nivel, así lo presentaba el cantante, entre bromas y risas con el auditorio. Él es el responsable de mi lavado de cerebro y mi cubanificación.
Previo al concierto, relataba Sobral que estuvieron cuatro días recorriendo algunos rincones de Cuba; fueron a Cifuentes, a la casa familiar de Zamora, anduvieron por La Habana en busca de sonidos y experiencias cotidianas, pasaron por Matanzas y comimos de lo más rico en una cafetería por ahí, en la autopista, contaba el artista. Toda esa información vivida se percibía en el concierto.
Una a una, como gotas de lluvia fresca —a la par de la presentación, llovía afuera— fueron cayendo las canciones. En una versión ciertamente frenética de Tú mi delirio, Salvador Sobral mostró lo imaginativo que puede llegar a ser, sin que ello demerite en absoluto la calidad de su propuesta; fue capaz, en una canción como esa, de bromear en algún momento con las maneras expresivas del flamenco, rapear e incorporar el estribillo de la canción Riquisísimodel cubano Bebeshito. Destruimos la canción de ustedes, remarcaba al final, pícaro, entre los aplausos del público.
Cada tema solo podía sumar una nueva emoción a la anterior. Hay que acudir al disco para evocar sensaciones parecidas a las vividas en la Nave 3 de FAC con la versión de Sobral de Alma mía, la teatralidad de Bola de Nieve que el portugués es capaz de asumir en instantes de Si me pudieras querer, o la elevación en que se convierte Tú me acostumbraste, incluido su canto asomado al interior del piano de cola, como quien se asoma a un pozo y habla a su interior esperando alguna respuesta.
También hubo espacio para otras creaciones que van más allá del disco, como He perdido contigo, un pretexto más para jugar con la escena, para perderse de la vista de todos y dejar solo su voz declamando *El amenazado*, de Borges, con el acompañamiento del trío, por supuesto. Durante todo el tiempo del concierto, la sensación era la de estar en un antro acogedor, esos sitios fetiche donde se cultiva el jazz americano, donde el cantante hace lo suyo y luego sale de escena para que los músicos hagan el resto; entran y salen músicos del escenario, hay movimiento.
En un mano a mano entre piano y voz, Sobral cantó algo en portugués. Por supuesto, había que honrar la fecha, el motivo que permitió este concierto: la celebración del Día de Portugal, de Camões y de las Comunidades Portuguesas. Como guinda para ese momento, Salvador se sentó al piano y cantó Amar pelos dois, una letra sublime compuesta por su hermana, Luísa Sobral, la que le dio el triunfo en Eurovisión y lo hizo internacionalmente conocido.
Para el final, La gloria eres tú, una versión de la creación de José Antonio Méndez, en clave de swing, que se antoja bastante cinematográfica. Me recordó a un video que pulula por YouTube, donde Sobral invita a escena a la actriz cubana Laura de la Uz para cantar juntos esta canción, durante la presentación de Alma nuestra en el evento Cuba Cultura, que la actriz, junto al fotógrafo español Héctor Garrido y otros creadores locales, organizan cada año en la región española de Huelva.
Ese momento, como este concierto y otros tantos instantes –su más reciente disco junto a la cantautora Silvia Pérez Cruz, por ejemplo–, dan fe de que la creatividad de Salvador Sobral es a toda prueba, espontánea, inabarcable y fascinante.
Con el corazón por delante
Este concierto de Salvador Sobral, por primera vez en Cuba –Fábrica de Arte Cubano–, supuso un alto en la gira que el portugués lleva adelante junto a la cantautora española Silvia Pérez Cruz, defendiendo su más reciente disco Silvia &Salvador. Ese álbum es una fiesta maravillosa entre dos amigos. Hay una canción, compuesta por el uruguayo Jorge Drexler, que acaba con una conversación a tres donde, ante la duda de Drexler para titular la canción El corazón por delanteo El corazón al volante, Sobral esgrime su legitimidad: para cantar cosas sobre el corazón, como autoridad del corazón, te digo que es mejor El corazón por delante.
Si de poner el corazón se trata, a este intérprete hay que concederle dicha jurisdicción poética. Solo había que escuchar lo que contaba durante su presentación en Nave 3, cuando relató que lo operaron del corazón. Me pusieron el corazón de otra persona –el trasplante ocurrió en 2017, cuando tenía 28 años–. Creo que me dieron un corazón cubano, contaba entre aplausos del público.
Aquella última frase me recordaba a una entrevista reciente que Salvador Sobral concedió, junto a Silvia Pérez Cruz, al presentador español David Broncano en su espacio del prime time ibérico, La Resistencia. Allí decía entre bromas que cuando tenemos conciertos, yo siempre digo que (el corazón trasplantado) es de ahí. Si estoy en Sevilla, creo que mi corazón es sevillano y así, lo digo donde sea. Bien jugao, le replicaba Broncano.
Cuando la gente viene a verme, piensa que va a ver al niño enfermo cantando; de repente salgo yo y empiezo a gritar, decía en 2019 al diario Público. Ciertamente, el performance de Salvador Sobral, su proyección sobre la escena, es una dosis exquisita de vida y música, es un bálsamo reparador. Lo sabía el público de Nave 3, el pasado 12 de junio, cuando aplaudía a rabiar y coreaba ¡Otra, otra!. Y Sobral cantó otra, y luego otra más.
Sorprendió con La felicidad, de Pablo Milanés. Es la canción de Pablo que más me toca, me da ganas de llorar cada vez que la canto. Qué descanses en paz, maestro, diría el portugués en sus redes sociales al conocer la muerte del cubano.
Y sin dar tiempo a que las emociones asentaran sus formas, Sobral y los suyos pusieron a todos a bailar con Vereda tropical; incluso puso a cantar al embajador de Portugal en Cuba. Agradeció que su primer concierto en la isla fuera en Fábrica de Arte Cubano, este lugar fabuloso, un lugar de libertad real. Muito obrigado, muchas gracias a todos. ¡Estoy feliz, muy feliz!. Y el público, pletórico junto a él, estaba en una nube que ojalá no fuera pasajera.
Sergio Murguía