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Música para entendidos: que no entienden al público

Es cada vez más común, en el contexto musical habanero la realización de conciertos (concretamente aquellos donde se interpreta música académica o «clásica») en los que la asistencia de público es escasa. ¿La calidad artística es baja? ¿Es la programación poco atractiva? ¿La vida contemporánea impide al público conectar con las «viejas músicas»?

Fotografía: Ivan Soca

Durante décadas, los formatos instrumentales que se especializan en interpretar música académica han gozado de prestigio. La interpretación de obras del repertorio europeo, cubano y latinoamericano coexiste con la formación de instrumentistas, directores y compositores. Sin embargo, ese legado hoy se encuentra en una encrucijada.

Aunque estas agrupaciones aún existen formalmente y mantienen cierta programación estable, su impacto social se ha debilitado. A esto, se suma la disminución de la calidad artística, las condiciones laborales precarias, la falta de estímulo profesional, el éxodo de talentos y las limitaciones para mantener una formación continua. El resultado es que, incluso cuando el repertorio es interesante, la ejecución no siempre logra conmover ni convencer. Esto no significa que estas expresiones hayan perdido todo su valor, sino que necesitan repensarse, no solo como espacio artístico, sino como objetos culturales dentro de una sociedad cambiante, exigente y diversa.

La teoría de la recepción —en particular los aportes de Hans Robert Jauss— nos recuerda que el sentido de una obra no está cerrado en la partitura, sino que se construye en el acto de recepción. Cada persona interpreta una experiencia estética desde su historia, sus referencias y su horizonte de expectativas (lo que espera y valora de una experiencia musical). Si ese horizonte no se encuentra con la propuesta artística, no habrá emoción ni comprensión, por más “excelente” que sea la interpretación musical.

Fotografía: Tania Veliz

Hoy en día, muchos conciertos se presentan sin una narrativa previa, sin una explicación accesible, sin un vínculo con el entorno o con la vida cotidiana del público. Las salas mantienen formas rígidas, con protocolos que pueden parecer ajenos o intimidantes. ¿Cómo podemos acercamos al público? Acompañándolo al encuentro con la música. Una buena estrategia de mediación puede incluir programas comentados, conciertos guiados, presentaciones habladas por los músicos, o materiales didácticos atractivos en redes sociales. Lo importante es asumir que el público no es ignorante, pero sí diverso, por lo cual hay que hablarle en un lenguaje más cercano y empático.

Para que la música académica vuelva a emocionar y gane en sentido social, es necesario cambiar la forma en que se entiende, se gestiona y se presenta. Un ejemplo lo constituye el concepto musicking propuesto por el musicólogo británico Christopher Small, donde lo importante no es solo la obra, sino lo que ocurre entre las personas cuando esta se interpreta —un entramado de relaciones sociales y culturales que dan sentido a la música—. De esta forma se obtiene una práctica cultural compartida, que puede ser ritual, creativa, educativa o incluso transformadora, si se gestiona con esa intención.

Fotografía: Nestor Martí

En Cuba, este cambio de enfoque es urgente si queremos que la música académica sea parte del tejido social y no solo una reliquia institucional. Debemos dejar de verla como un acto unilateral (de quien ejecuta hacia quien escucha) y empezar a construirla como una experiencia común, donde todos participen de alguna manera. Eso implica revisar el repertorio, abrir los espacios, escuchar al público y trabajar con sensibilidad cultural.

Gestionar una institución de este tipo en Cuba no puede reducirse a cumplir con un plan de conciertos. Debe pensarse como un proceso creativo en sí mismo, en el que se diseñe una propuesta artística con sentido, se cuide el lenguaje con el que se comunica, se piense en el contexto donde se presenta y se considere al público como un interlocutor activo, no como un simple asistente. Quienes gestionan instituciones musicales deben asumir la tarea de traducir la excelencia artística en experiencias significativas para la comunidad.

La música académica en Cuba no está condenada a la indiferencia, tampoco debe ser reducida a un fin “decorativo” o “museístico”. Tiene el potencial de emocionar, conmover, educar y representar a una sociedad compleja y diversa, pero para lograrlo, necesita cambiar esquemas. No basta con tocar bien (si se logra): hay que tocar con sentido, y para eso, la gestión debe ser tan creativa como la música que se interpreta. No se trata de simplificar lo complejo, sino de hacerlo “habitable”, porque si la música académica quiere volver a emocionar, tendrá que dejar de ser solo para “entendidos” y comenzar a ser también para quienes sientan.

Artículo: Edel Almeida Mompié