La ópera, como forma de arte, ha sido históricamente un reflejo de la cultura y la sociedad en la que se desarrolla. En Cuba, este género ha experimentado altibajos a lo largo de los años, especialmente en un contexto donde los recursos son limitados y las oportunidades pueden ser escasas. Sin embargo, la pasión por la música y el teatro sigue viva entre los artistas y el público. En este contexto, la reposición de «Madama Butterfly» se convirtió en un viaje no solo artístico, sino también de resiliencia y superación.
Cuba es un país rico en tradiciones musicales y escénicas, donde la música es una parte integral de la vida cotidiana. Sin embargo, la ópera enfrenta desafíos únicos. Las instituciones culturales suelen estar limitadas por presupuestos ajustados, lo que dificulta la producción de grandes obras. A pesar de esto, existe una comunidad de colaboradores. Sobre esto, el director del Teatro Lírico Nacional de Cuba, Yhovani Duarte, comentó: «Esta producción es posible gracias al apoyo de la embajada de Italia en La Habana. Es una nueva producción que se queda para reponer en otras temporadas. Para el estreno tuvimos el apoyo de la embajada de Japón, tanto en asesoramiento como en el préstamo de vestuarios y accesorios».
Hay una considerable cantidad de artistas decididos a mantener viva la tradición operística lo cual significa una oportunidad única para revitalizar este género en el país. La mayor parte del elenco de solistas e integrantes del coro está formada por jóvenes. Un ejemplo es la soprano invitada Isabel Torres, perteneciente al Teatro Lírico Rodrigo Prats de Holguín, quien interpretó el rol principal de Cio-Cio-San. Nos contó sobre sus mayores desafíos: «La resistencia física y vocal es crucial, ya que es un personaje que canta muchísimo. Además, debo adaptarme a las costumbres propias de una geisha, así como a sus movimientos y su manera de caminar y gesticular, que son tan diferentes a nosotros los latinos, que somos más explosivos y articulados. El cantante lírico pasa por muchos procesos de trabajo después del aprendizaje de la partitura; debe trabajar cada detalle de la musicalidad escrita, la parte técnica vocal y también poner en voz los momentos escénicos con la dramaturgia».
Meritoria fue la participación del joven Yubal Peña Torres, quien debutó en el mundo de la ópera con el personaje de Goro Casamentero. Su desdoblamiento fue una muestra de que el futuro está garantizado. «Experimentar por primera vez lo que es encarnar un personaje —cómo piensa, cómo camina, cómo se desenvuelve en el escenario— fue un gran reto porque el personaje no tenía nada que ver con mi forma de ser; todo lo contrario».
Fueron varios los jóvenes que tuvieron su debut el pasado octubre con esta puesta en escena, mostrando esta vez un mayor acercamiento y madurez en sus personajes. Destacan Ariagna Reyes como Suzuki, Abdel Rooig como Sharpless, Adis Herrera y Dunia Pedraza como Kate Pinkerton, Félix Concepción como Yamadori y Danny Sánchez como Comisario Imperial. Los dos jóvenes solistas mencionados anteriormente y Eugenio Hernández Tenor, quien interpretó a Pinkerton —una joven promesa de la ópera— entendieron las complejidades del personaje. Pinkerton es un hombre complejo que representa tanto el amor como el egoísmo; mostrar esa dualidad sin caer en estereotipos es un desafío considerable.
La sólida experiencia de otros cantantes solistas sobre las tablas contribuye a que la obra alcance un mejor acabado. Tal es el caso de Milagro de los Ángeles y Katia Selva en el personaje principal, Cio-Cio-San; Irelio Pérez como Pinkerton; la magistral actuación del tenor Carlos Humberto Lara en el papel de Goro; el Tío Bonzo, interpretado por Marcos Limay; Jorge Temprano; y las Suzukis, Pilar Pousada y Dayamí Pérez, quienes, en sus roles, me parecieron uno de los mejores aciertos de la puesta en escena. Con su perspectiva actoral, Dayamí enfatiza la importancia de ser auténticos en el escenario: «El arte es autenticidad», declara con firmeza. Para ella, interpretar a Suzuki representa un desafío que va más allá de lo vocal; requiere un profundo entendimiento cultural y un riguroso entrenamiento físico. «Conocer y practicar costumbres como la ceremonia del té me ayuda a conectar con el personaje», dice Dayamí. «Es un proceso que me permite adoptar una forma de ser más introspectiva, contrastando con la extroversión típica de la cultura occidental.»
Dificil tarea de acompañar, pero contar con una orquesta que tiene el oficio necesario para seguir a los cantantes hace que el espectáculo sea de una belleza sonora a la par de visual. Yhovani Duarte, director titular de la orquesta, señala que fue complicado reunir a los músicos necesarios para la producción de esta ópera: «La sección de cuerdas ha disminuido drásticamente», explica. «Esto nos obliga a esperar nuevas graduaciones en las escuelas de arte para cubrir las plazas vacantes.» Este fenómeno no es exclusivo de su orquesta; todos los organismos musicales enfrentan un déficit similar. Sin embargo, a pesar de estos obstáculos, la orquesta del Gran Teatro de La Habana continúa siendo un pilar fundamental en la interpretación tanto del ballet como de la ópera. Contar con músicos dúctiles que reaccionan al gesto del director es una ventaja invaluable.
Es válido mencionar a la directora de escena Maite Milián, destacada soprano que, gracias a su experiencia sobre las tablas, ayudó a que todos los solistas se vieran naturales en sus personajes; esto se debe en gran medida a su labor. Maite, como se dice en el argot popular, «no dio puntada sin hilo». El diseño escénico fue un aspecto imprescindible para que la obra tuviera un mejor impacto. La encargada de esta ardua tarea fue Massiel Teresa Borges, quien apostó por un enfoque minimalista que sugiere el paisaje japonés sin necesidad de una inversión exorbitante en elaborados decorados. Quisiera resaltar la utilización de las luces en el escenario, que juegan con efectos visuales en cada situación, muy bien establecidas y definidas, lo que le da al público no especializado una comprensión mucho más abarcadora de las escenas.
No menos importante es felicitar la ardua labor que realiza la directora coral Denisse Falcón Lay, quien, sabe llevar a esa masa coral a buenos resultados. Tanto es así que, a mi parecer, uno de los momentos más excelsos de la ópera lo tiene la famosa «bocca chiusa», que presenta una complejidad tanto técnica como musical. Desgraciadamente, no contamos con la tecnología tan necesaria, como pantallas de monitorización, para que la directora tras bambalinas pueda dirigir con absoluta confianza a su coro y ver los tiempos establecidos por el director; se requiere mucho ingenio para lograr buenos resultados.
El movimiento operístico en Cuba está en un momento crucial: dos óperas y una zarzuela en los primeros tres meses, y en mayo se estrenará otra gran producción. Aunque las limitaciones son evidentes, hay una chispa de renovación y esperanza alimentada por el compromiso de artistas y espectadores por igual. Con esfuerzo colectivo y apoyo mutuo, podemos seguir adelante en este camino, educando a nuevas generaciones y creando espacios donde la ópera sea accesible y relevante para todos.
Artículo: Jorge Luis Guzmán Tamayo
Fotografía: Xavier García