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Entre aplausos y zumbidos: Lo que la crítica musical cubana de ayer puede enseñarnos hoy

A comienzos del siglo XX, en el vibrante corazón de La Habana, emergía una publicación que iba más allá del simple reporte de conciertos o de la promoción cultural: Bellas Artes, una revista quincenal que, con solo doce números conocidos, dejó un legado revelador para la historia de la crítica musical en Cuba. Su director, el músico Guillermo Tomás, congregó en sus páginas a otros músicos, cronistas y teóricos en un ejercicio sin precedentes de pensamiento artístico. Pero, ¿por qué mirar hoy hacia ese pasado? ¿Qué puede enseñarnos una revista centenaria sobre los desafíos actuales de la crítica musical?

Caricatura de Guillermo Tomás realizada por el artista plástico cubano Rafael Blanco para Bellas Artes.

La respuesta está en la forma en que Bellas Artes entendía el acto de criticar: con independencia, conocimiento profundo y un firme compromiso con la calidad artística. En un país joven, aún sacudiéndose de los ecos coloniales y tratando de afirmarse culturalmente, esta publicación ofreció un espacio donde la crítica no solo describía, sino que orientaba, educaba y cuestionaba tanto a los artistas como al propio sistema cultural.

Fragmento de la portada de la revista Bellas Artes

Uno de los mayores aciertos de la revista fue su sección Discantes, firmada bajo el seudónimo «Tabanini» (una especie de “tábano” que zumba y pica). Allí se ejercía una crítica técnica, sin concesiones, que exigía preparación musical y capacidad analítica. Para Tabanini y otros colaboradores, no bastaba con una buena pluma; era imprescindible saber de música para opinar sobre ella. Esta postura contrasta con una realidad actual en la que la crítica musical muchas veces se diluye en la opinión superficial y sin rigor que domina en espacios digitales, donde cualquier usuario puede emitir juicios. Incluso antes de esta expansión virtual, ya se advertía una tendencia similar en medios de comunicación tradicionales como la prensa escrita y la televisión, en los cuales el análisis especializado fue cediendo terreno ante la inmediatez y el espectáculo.

Rúbrica que acompaña el nombre de Tabanini

El debate no es nuevo; ya en 1908 la revista señalaba el peligro de que la crítica musical quedara en manos de inexpertos, y defendía el rol del músico como el crítico más capacitado para emitir juicios precisos y formativos en la materia. Hoy ese llamado sigue vigente: ¿quién debe criticar la música?, ¿con qué herramientas?, ¿desde qué responsabilidad?

Además, Bellas Artes fue pionera en algo que la crítica musical actual lucha por recuperar: su papel como agente cultural y político. Al defender artistas cubanos que triunfaban en el extranjero, denunciar la falta de apoyo estatal al arte, rechazar el mercantilismo en la programación musical y cuestionar el centralismo en la educación de la música, la revista actuaba como portavoz de un pensamiento comprometido. Lo hacía sin miedo a señalar errores, incluso dentro de su propio entorno artístico.

A más de un siglo de su publicación, Bellas Artes no solo es una joya historiográfica, sino un espejo donde mirar la crítica musical de hoy. En tiempos donde los algoritmos amplifican voces sin filtro y la inmediatez impone la brevedad sobre la profundidad, el legado de esta revista nos recuerda que criticar música es también formar públicos, promover valores estéticos y ejercer ciudadanía cultural.

Volver a leer a los redactores de este quincenario nos hace entender, a su vez, que la crítica musical puede ser tanto un aplauso justo como un zumbido necesario. De esta forma, mirar hacia atrás, a esas narrativas de inicios del siglo XX cubano, es también mirar hacia adelante.

Articulo: Sady Karina Rubio Fuentes, musicóloga y contrabajista.