Habana, si bastara una canción, para devolverte todo lo que el tiempo te quitó”. La capital de los cubanos es una ciudad que ha inspirado e inspira a más de un artista. Una de las canciones más representativas de una generación de cubanos ha sido “Habáname” de Carlos Varela, yo la escucho y pienso en mi madre, pienso en los amigos de mi hermano y pienso en mi generación que cada vez se dispersa más por todo el mundo. “Mirando un álbum de fotos de la vieja capital…” hay estampas que siempre van a quedar dentro de los cubanos, quizá por eso se le canta a la Habana, quizá por eso La Habana siempre será inspiración.
La música no es la única manifestación que ha reflejado la sensibilidad que acoge a aquellos que observan de una forma diferente a la Habana, pero mi reproductor de música me recuerda que desde “Los Van Van” con su “Habana sí”; Raúl Paz con “Havanization”, las Sábanas blancas de Gerardo Alfonso y “Havana” de Camila Cabello; mantiene el ritmo del Caribe y ayuda a sacarnos de vez en cuando una sonrisa.
De ahí películas como Habana Blues o Vampiros en la Habana, entre otras muchas, dejan huella de la creación y la grandeza de las realizaciones cinematográficas que han sido parte del hacer cultural y documental de Cuba.
A veces también le escribo a la Habana, la observo como esa madre que ha acogido a tantos pero que el tiempo le pesa, le escribo porque es mi ciudad y a veces también duele; pero en el intento de escribirle no solo escucho canciones sino que leo a otros autores que han reflejado su amor por la ciudad.
Entre ellas está la poeta Giselle Lucía Navarro, quien dedicó un poemario cuyo título “La Habana me pide una misa” deja como un susurro su amor por la ciudad “El esqueleto de las calles ha comenzado a cambiar./ Lo sé por el efecto de sus olores/ efervescentes, tóxicos, desconocidos./ Sus arterias sangran en verde y negro,/ les brotan erupciones de estiércol por todas partes,/ granos sagrados en dudosos envoltorios/ en cada cruce de esquinas/ que arrancan los olfatos de las casas./ El caminante debe evitar/ pisotear las ofrendas de los chamanes./Los precavidos ya se han colocado la mascarilla./ Nadie sabe qué puede pasar/ el día que la ciudad culmine su metamorfosis./ Después de todo/ la suerte ha sido siempre un asunto de resistencia.”
Patricia Rodda en su poemario “Desnuda en proscenio” también hace un canto a La Habana, “Pero se gasta la vida/ y entonces pienso en sus canas,/ sus arrugas que no podré mirar,/ sus malditos silencios que ya no podré escuchar,/ en su velo, Habana,/ su velo de peces y sal…”
Y así, cada artista o cada ser humano puede apreciar el desgaste, la humedad de las palabras, las velas en la penumbra. La Habana tiene muchas historias, a veces la cuentan la que la ven desde fuera, la que la sufren desde dentro, la que la sienten como su hogar. La Habana ha envejecido con cada canción y cada poema que le han dedicado. Se ha tejido nuevos adoquines. La Habana reza en la orilla de su malecón, sufre junto a su gente, se fuma cada noche sus heridas y canta.