Por Sara Sánchez
Roland Schimmelpfennig sabe que el polvo de los escenarios, de las butacas, de los pasillos, no se come. Y le duele porque quizás a estas alturas alguien ya lo haya intentado. El dramaturgo alemán, autor de “Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI” deja ahora a merced de la creatividad individual un ensayo que, publicado originalmente en un diario germano, ha comenzado a recorrer el mundo de los teatros pero de manera online.
La realidad es que “La última función” es más que un texto frío, que una sucesión de letras que conforman ideas sobre un pliego. Es una declaración de principios, es un grito desesperado, es la noción del caos visto desde platea alta. Es, una metáfora del teatro encarnada en un hombre sobre las tablas, sin público, atrapado con la urgencia de salir sin tener como.
Y es que nadie lo vio llegar. Al silencio visceral de las salas, de los espacios, de las gradas, no se le escuchó escurrirse tras bastidores. No había como oler el rancio de los maquillajes, no se sabía del sitio fijo de los vestuarios… No había lugar final para el atrezo ni los abrazos. La pandemia se apoderó de los ensayos, cortó los clímax, oscureció las luces donde las había. Por primera vez en siglos, trató de amordazarse al teatro, ese que nunca se detuvo por nada, porque como la vida misma, no deja de ser.
Ahora, cuando no se sabe del fin del receso obligado, ni del retorno a la cotidianidad, las dudas y el miedo crean otras obras y se adaptan a los tiempos terribles. No solo teatros de Alemania, Noruega, Bélgica o Turquía se han apropiado del texto de Schimmelpfennig y han dado sus toques para llevarlo a las redes… El material, traducido por la también actriz Adriana Jácome, ha comenzado a caminar por el mundo de la hispanidad. México, Argentina, y hoy Cuba, se unen a esta voz universal que reinventa, como puede, los modos de hacer de este arte donde todos nos hemos visto alguna vez reflejados.
Convencido quizás que cada cual tiene su escenario, unos más terribles que otros, para ponerle voz a su obra, Roland confía. Hace lo que mejor puede y sabe en estos tiempos tan negros donde los dramaturgos y los ligados al mundo de los escenarios han tenido que inventarse una realidad paralela para no morir de tristeza, o el que menos de hambre. Para continuar con sus sueños… Porque los alimentos se pagan, las casas, la telefonía, los móviles…todo cuesta. Los telones, por desgracia siguen abajo, y aunque el show debe continuar, el polvo acumulado por los meses perdidos, no se come.