Cuando llegó al Buena Vista Social Club, parecía que ya no había tiempo para la fama. Sin embargo, lo tenía claro: “si late el corazón, uno nunca es demasiado viejo”. Fue quizás el músico activo más longevo del mundo; sus padres lo llamaron Francisco, pero la música universal lo recuerda como Compay Segundo.
De Siboney, cuna del son y la trova tradicional, Compay experimentó con los acordes desde los siete años; pero, la fama le llegó cuando superaba ya las siete décadas.
En 2003, con 95 años y siendo uno de los más grandes compositores de la música popular cubana, cerró los ojos para siempre. Dicen que partió sereno y aunque quería ser recordado en la alegría de sus letras, Cuba lo lloró muchísimo. Moría una leyenda, que además del valor de su música, nos regaló una lección: nunca, nunca es tarde.
A pesar de que sus “mejores” años transcurrieron en la capital, pareciera que Compay no quiso desprenderse del campo. No solo las canciones que compuso se remontan a su origen, la casa donde vivió sus últimos años, también transpira -aún hoy- ese aire de campiña.
El hogar de entonces, en la actualidad conserva objetos personales, fotografías, premios y detalles simbólicos de él y de su familia. Se ha convertido en un museo, que atesora la historia de un indispensable de la música cubana, aunque no pierde ese halo íntimo y familiar.
Apenas un paneo nos permitirá apreciar: partituras originales, prendas de vestir, instrumentos musicales, como el singular armónico que él mismo creara; reconocimientos y premios, entre ellos el Grammy que ganó junto al Buena Vista Social Club, así como una obra de teatro que escribió en una faceta casi inédita de su vida.
Aunque confortable, en la casa no hay mayores lujos y eso habla de su personalidad, de su instinto, más que de riqueza. Algunos espacios parecen estar ambientados con detalles que nos recuerdan el más auténtico estilo campesino. Sobre todos los colores prima el marrón, porque así eran dos de sus grandes pasiones: el tabaco y el café. La cocina, siempre a puertas abiertas, desprende un olor a café recién hecho.
En el patio todavía hay rezagos del jolgorio y de las fiestas en las que compartió con amigos y familiares.
Pero, si un lugar llama la atención en el recorrido es el cuarto donde respiró su último aliento. Cualquiera se estremece con lo implacable que es la muerte. Sin excepciones: se lo llevó a él también, aunque le quedaran tantos conciertos por dar, tanta sabiduría y humor por compartir.
Los viernes es usual que los músicos que hoy siguen su legado, se reúnan a ensayar bajo la dirección de su hijo menor, Salvador Repilado y aunque no tocan para el público, siempre crea una atmósfera auténtica.
Visitar la casa-museo Compay Segundo, refuerza la idea de que no es posible vivir completamente a gusto con tu identidad si no conoces la historia de tu país, especialmente su música.
Los ritmos de hoy, por más auténticos y novedosos que nos parezcan, tienen origen ahí: en la mismísima música tradicional cubana, aunque nos empeñemos en creer que es cosa del pasado.