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Cádiz y La Habana: dos orillas, una misma luz

Cuando pisas Cádiz por primera vez, puedes tener la extraña sensación de haber cruzado el Atlántico sin moverte. Las fachadas azul marino y crema que miran al mar, los balcones de hierro forjado, el viento salado del océano… incluso el paseo marítimo parece un eco del Malecón habanero. Y aunque esta impresión pueda parecer romántica o superficial, existen raíces históricas y arquitectónicas que explican esa conexión tan íntima entre ambas ciudades.

Durante los siglos XVI al XVIII, Cádiz fue el gran puerto de acceso del Imperio español hacia América, llegando a monopolizar el comercio con las colonias cuando la Casa de Contratación se trasladó desde Sevilla en 1717. Aquella posición privilegiada convirtió a la ciudad en un espacio cosmopolita, próspero y abierto al mundo, desde donde ideas, estilos y tendencias urbanas viajaron a América.

Al otro lado del océano, La Habana se convirtió en un enclave esencial del mundo colonial: puerto de entrada, punto de intercambio cultural y origen de una arquitectura que reinterpretó las influencias europeas bajo el sol del Caribe.

Un nombre destaca en esta relación transatlántica: Pedro de Medina, arquitecto gaditano cuya obra en La Habana ejemplifica el vínculo formal entre ambas ciudades. Su legado, visible en construcciones emblemáticas como la Catedral de La Habana o la Casa de Obrapía, muestra cómo el barroco andaluz fue asumido y transformado en Cuba. Medina llevó consigo los patios luminosos, las fachadas ornamentadas y los balcones de hierro típicos del sur de España, adaptándolos a la intensidad de la luz y al clima caribeño.

El parecido entre ambas urbes se percibe en múltiples rincones: el paseo marítimo de Cádiz y el Malecón de La Habana comparten función, estampa y vocación ciudadana de mirar al Atlántico. Las murallas gaditanas de los siglos XVII y XVIII encuentran su reflejo en las fortalezas de la bahía habanera, y las calles estrechas del casco antiguo de Cádiz evocan el pulso, la luz y el ritmo de la capital cubana.

Pero el parecido no es solo visual: es también emocional. Para muchos cubanos que visitan Cádiz, la sensación es la de regresar a casa. La vista, la brisa, la luz y la vida urbana gaditana despiertan ecos de La Habana. Y, a su vez, el legado arquitectónico de Cádiz vive en la isla, transformado por la creatividad cubana, la influencia africana y la energía del trópico.

Por eso, cuando decimos que La Habana se parece a Cádiz, no hablamos solo de una postal. Hablamos de una historia compartida que viajó en barcos de plata, en balcones de hierro y en planos de arquitectos que soñaban con el mar. Cádiz fue fuente; La Habana, espejo. Y juntas, a pesar de los 7.400 kilómetros que las separan, siguen reflejando una misma luz: la del Atlántico que une más de lo que separa.

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