Hablar en cubano es un arte, una coreografía entre palabras, gestos y emociones. No se trata solo de lo que se dice, sino de cómo se dice. Cada frase lleva un ritmo, un movimiento del cuerpo y una mirada que completan el mensaje. En Cuba, la lengua no se limita a la boca: habla todo el cuerpo. El cubano no conversa, interpreta. Es un actor espontáneo en cada diálogo cotidiano. Mueve las manos, alza las cejas, abre los ojos, y con un gesto puede decir más que con una oración entera. A veces basta una inclinación de la cabeza o un chasquido con la lengua para expresar acuerdo, sorpresa o ironía. La gestualidad cubana tiene la cadencia de la música con la que convive; parece que las palabras bailan.
El idioma se llena de imágenes, metáforas y refranes que colorean la conversación. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, “el que no tiene de congo tiene de carabalí”, “a falta de pan, casabe”, o “lo que está pa’ ti, nadie te lo quita”. Cada uno encierra una filosofía práctica de la vida, una sabiduría nacida del ingenio y la supervivencia. En Cuba, hablar también es una forma de resistir, de mantener el humor en medio de lo incierto, de encontrar belleza en lo cotidiano. Por eso el habla cubana es rápida, musical y cargada de intención. Las palabras se acortan, se funden, se reinventan. Decir “¿Qué bolá?” no es solo un saludo; es una invitación a compartir, a entrar en confianza. “Asere”, “mi hermano”, “mi socio” son maneras de acercarse al otro, de romper distancias.
Cada región aporta sus matices, pero todas conservan ese sabor cálido y contagioso. La conversación en Cuba no tiene prisa. Puede comenzar con un comentario casual en una cola y terminar en una disertación filosófica o una carcajada colectiva. En el hablar cubano hay humor, ironía, poesía y una profunda necesidad de conexión humana. No hay tema que no se adorne con una anécdota o un refrán. Se habla para comunicarse, sí, pero también para disfrutar del acto de hablar. El cubano siente las palabras y las saborea, como si fueran música o comida. Su lenguaje, lleno de imágenes, gestos y ritmo, es reflejo de su cultura: viva, expresiva, generosa. Hablar en cubano es una celebración de la vida misma, donde cada gesto, cada palabra y cada silencio dicen mucho más de lo que aparentan.
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