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Altares de fe: la espiritualidad afrocubana en el corazón de La Habana

En La Habana, los altares de santería no son simples rincones adornados con santos, velas o flores. Son puertas abiertas a lo invisible, un puente sagrado donde lo humano se entrelaza con lo divino. Allí, cada objeto guarda un significado: una promesa, un agradecimiento, un diálogo íntimo con los orishas.

Ante estos altares se reza en silencio, sin buscar espectáculo. Una vela encendida no es solo una llama: es el ruego de un enfermo que pide sanación. Una copa de agua no es un adorno: es la claridad que guía en tiempos de incertidumbre. Una fruta fresca entregada a Ochún no es solo un obsequio: es gratitud, amor y confianza en que lo invisible escucha.

Quienes los mantienen los consideran guardianes del hogar. Antes de salir al trabajo, una palabra breve al orisha protector; en días de dificultad, una vela que ilumina tanto el altar como el ánimo de la familia; y en momentos de celebración, como un nacimiento o un logro, las ofrendas se convierten en fiestas compartidas con los dioses yorubas.

La espiritualidad afrocubana es íntima y profunda. No necesita grandes templos, porque cada casa puede ser santuario. No requiere discursos grandilocuentes: basta un susurro, una mirada, un gesto de fe. Para muchos cubanos, la fortaleza del día a día no se sostiene solo en lo material, sino en esa energía que brota de los altares.

En ellos habita la certeza de que los ancestros acompañan, de que los orishas responden, y de que la fe «aunque invisible» sostiene. No es una fe que se exhibe para convencer, es una vivencia que se guarda en lo más íntimo, como parte inseparable de la identidad cubana.

En una ciudad de contrastes como La Habana, donde la vida puede ser dura y la incertidumbre grande, los altares son oasis de confianza. Allí, la fe no es abstracta ni lejana: es cotidiana, palpable y profundamente cubana.

TUNTURUNTU