Hay obras que nacen marcadas; piezas que, incluso antes de concretarse plenamente, ya cargan un destino y una herida. Hier Kommt Alex, de Osnel Delgado, pertenece a esa rara genealogía de trabajos que parecen tener vida propia: obras que resisten, mutan y buscan a su público aun cuando las circunstancias se empeñan en silenciarlas. Lo que comenzó como una coreografía inspirada en el Alex de La naranja mecánica ese antihéroe violento, anárquico y contradictoriamente humano evolucionó hacia una experiencia expandida donde danza, fotografía, impresión y performance dialogan sin jerarquías. Pero su fuerza central no radica solo en su estética, sino en la forma en que su propio proceso se ha vuelto inseparable de su significado.
Fotografía: Argel Ernesto González
Desde su intento de estreno, Hier Kommt Alex fue atravesada por la misma violencia que tematiza. El apagón que frustró la función inaugural en Miramar, convertido en un acontecimiento performativo involuntario, reveló la presencia de una violencia estructural: ese entramado de precariedades materiales e institucionales que condiciona la creación cultural en Cuba. La cancelación no fue solo un contratiempo técnico; fue la aparición de un antagonista real que marcó a la obra y la empujó a un estado de resistencia activa. Insistir mostrarla, reformularla, sobrevivirla se convirtió, entonces, en una forma de crear.
Desplazada de los circuitos oficiales, la obra emprendió una migración que recuerda la propia naturaleza del personaje de Alex DeLarge: marginal, inadaptado, expulsado del espacio “correcto”. Así, Hier Kommt Alex encontró refugio en lo alternativo: un ensayo abierto en el estudio de Malpaso, una exposición fotográfica en la Casa de la Poesía y un conversatorio performativo en la Casa de la Salamandra. En estos lugares, lejos de perder fuerza, la obra reveló una potencia inesperada. El espacio, ahora más íntimo, permitió que el cuerpo en movimiento adquiriera una vulnerabilidad distinta: el espectador, situado a pocos centímetros, presenciaba no solo la violencia representada, sino también la fragilidad del bailarín que intenta continuar a pesar de todo.
Fotografía: Argel Ernesto González
Privada de su formato original, la pieza se multiplicó. Las fotografías de Argel Ernesto González, más que documentación, funcionan como memoria de una obra que no llegó a mostrarse en escena: fragmentos visuales que fijan la energía del movimiento y la tensión emocional del personaje. Las impresiones de Jesús Gastell y el diseño curatorial de Ernesto Escobar transformaron esa ausencia en un objeto tangible, casi arqueológico, donde cada imagen narra una posibilidad truncada. Y la performance adaptada a espacios pequeños reinstaló el cuerpo como centro del discurso, obligando a los intérpretes a reconfigurar su fisicalidad y al público a implicarse desde otra proximidad. De este cruce interdisciplinario emergió un ecosistema artístico: una obra abierta, hecha de capas, desplazamientos y huellas.
Fotografía: Argel Ernesto González
Quizás el gesto más conmovedor de Hier Kommt Alex es la exposición deliberada de su propio proceso. Como un work in progress involuntario, la obra se ha construido ante los ojos del público, con sus fracturas y sus intentos. Los artistas involucrados bailarines, fotógrafo, curador y coreógrafo hablan con transparencia de los obstáculos, el cansancio y la voluntad de sostener la pieza contra todo pronóstico. Esta apertura convirtió a la comunidad en parte activa del proyecto: espectadores que asistieron pese al apagón, anfitriones que prestaron sus casas, colegas que acudieron a acompañar. La obra ya no es solo su contenido estético; es también la red humana que la mantiene encendida.
En ese recorrido, la luz se volvió su gran metáfora. La luz del flash atrapando gestos que de otro modo se perderían; la luz improvisada en una sala vedadense mientras la ciudad caía en sombras; la luz simbólica de una obra que insiste, que reaparece, que se niega a desaparecer. Hier Kommt Alex es un testimonio perfecto de esa intersección entre las sombras necesarias para que la luz se manifieste y las sombras impuestas por un contexto que limita, pero no detiene, la creación.
Fotografía: Argel Ernesto González
La trayectoria accidentada de la obra no la debilitó: la enriqueció. Su fracaso inicial se convirtió en una victoria poética, en un manifiesto involuntario sobre el deseo de crear incluso cuando el mundo se oscurece. Lo que pudo ser una coreografía frustrada es hoy una pieza expandida, profunda y simbólica, que afirma que el arte —cuando quiere existir— encuentra siempre la forma de hacerlo.
Artículo: Evelyn García Hernández