Me gusta ver la sintonía de la danza y cómo se logra un espectáculo casi perfecto con la compenetración cuerpo a cuerpo. Es una sensación extraña la que deja formar parte de un espectáculo de ballet. Digo “formar parte” porque aunque sólo sea una espectadora más dentro de un montón, el acto parece que tiene tal poder de hipnotización que es capaz de abrazarte como si tu cuerpo también se moviera a la par de lxs bailarinxs. Me atrapa cada pequeño acto de esta sublime danza y a su vez me parece tan distante. Y no me refiero precisamente al espacio entre el escenario y una simple butaca entre la multitud.
Mis ojos siempre han intentado solucionar las distancias de manera automática. Con ellos sigo cada detalle, embelesada, pero también esperanzada, siempre confiando en que en algún momento actuará un bailarín negro o una bailarina negra. Pero eso pocas veces pasa.
Pareciera que lo que mis ojos con tanta ansiedad buscan en una sala de ballet es algo demasiado difícil como para poder verlo. Así es, no sólo en Cuba, a nivel mundial el ballet ha sido una manifestación del arte que ha estado asociada desde sus orígenes, a las grandes élites. Existe un canon establecido y una de sus características principales es la blanquitud. El Ballet Nacional Cubano (BNC) no está ajeno a esta realidad.
Hay muchos estereotipos implícitos en el mundo de la danza clásica y la creencia de que las personas negras no tienen talento para formar parte, es una de ellas. Ello se acompaña de otras creencias machistas como la consideración de que los hombres bailarines son todos homosexuales; tampoco faltan las creencias elitistas que lo vinculan con la exclusividad de su consumo por la alta clase social.
Estos estigmas son cada vez más criticados en el ámbito internacional y algunos hasta han dejado de tener el peso que tenían. No obstante, la cuestión del color de la piel sigue siendo un elemento que evidencia que la discriminación es latente en este mundo artístico.
Algunos de los argumentos que se han manejado para excluir a personas negras de la práctica de la danza clásica, vienen soportados por la historia, desde la que se registra que el ballet se originó en Italia, durante el Renacimiento. Era un período en donde la danza comenzaba a formar parte de acontecimientos aristocráticos como forma de entretenimiento a un público altamente elitista. Luego se extendería por Europa, también enfocado en las actuaciones para la aristocracia de la época.
Por mucho que parezca un pensamiento pasado de siglo, este sigue siendo un argumento usado para justificar la escaza presencia de diversidad étnica en el ballet. Sólo basta con mirar los rostros que han destacado por ser emblemáticos en la historia del ballet cubano, no tendremos respuestas exactas pero si una gran falta de referentes de bailarinas y bailarines negrxs.
Existe un blanqueamiento prácticamente intencional que cubre este mundo artístico. El Ballet Nacional de Cuba, siendo una de las más prestigiosas compañías danzarias del mundo es también una institución que encubre los síntomas de discriminación racial prevalecientes en Cuba.
Aunque “no existen documentos de carácter público que registren las relaciones porcentuales adecuadas de individuos por el color de la piel en los grupos de estudiantes del sistema de enseñanza del ballet o de otra manifestación artística” (Betancourt, 2009, p. 112), parece evidente que el color de la piel juega un papel importante en su sistema de evaluación puesto que no es casual que la gran mayoría de los bailarines sean de piel blanca.
“En el campo cubano del ballet la discriminación por el tipo de color de la piel se expresa en la depreciación de la belleza escénica corporal del bailarín socialmente negro o mulato respecto al danzante de color de piel blanca” (et. al., p. 116).
En Cuba, las escalas de colores de piel parten de una triada tipificada a todos los niveles, que definen a las personas por grupos raciales: blancxs, negrxs y mestizxs o mulatxs. La clasificación no sólo sectariza a la población en grupos diferenciados por el color de piel, elementos como la textura del cabello también se prejuzgan de antemano dentro de cada una de estas categorías.
De acuerdo con un estudio de Hamlet Betancourt León, el autor se plantea como objetivo determinar el impacto del color de la piel en la apreciación de belleza escénica corporal del bailarín de ballet del campo cubano. Como parte de su análisis, muestra una figura que ilustra un ejemplo de la aplicación de la clasificación popular que opera en la sociedad cubana en un grupo académico de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba.
(Ver Foto al final)
Sistema de clasificación racial de la sociedad civil aplicado a bailarinas de un grupo del 7mo año académico de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba. Números 1 al 7: Bailarinas socialmente blancas. Números 8 al 10: Bailarinas socialmente mulatas. Número 11: Bailarina socialmente negra.
“Exaltar o disminuir la belleza escénica corporal del bailarín por su pigmentación es ejercer discriminación por el tipo de color de la piel” (et. al., p. 105).
El mismo autor llega a la conclusión de que “la discriminación por el tipo de color de la piel que devalúa la apreciación de belleza escénica corporal de los danzantes socialmente negros (piel negra) y mulatos (piel carmelita) no se expresa en su exclusión o no admisión al campo social” (et. al., p. 116). Se expresa de otras muchas maneras implícitas en los sistemas de evaluación de la belleza escénica corporal y/o el desempeño y nivel técnico artístico del individuo.
“En Cuba la discriminación ‘racial’ abandona el espacio privado, se hace más visible en esferas claves de la sociedad como la laboral y en el acceso a servicios privados” (Campoalegre, 2019, p. 26). Aunque todavía sigue siendo un tema vedado, actualmente ha ganado mayor visibilidad por el esfuerzo continuado de activistas, profesionales que desde diferentes campos han puesto el dedo sobre una llaga abierta en el seno del sistema político, social y cultural cubano.
Los intentos por negar la existencia del problema contraponen los discursos ante una realidad observable que denota su vivencia en el contexto y que adquiere distintas formas de manifestación a través de los años. En el ballet cubano toca muy de cerca y por mucho que se quiera negar es evidente.
Un ejemplo cercano que despertó la polémica del racismo en el ballet lo podemos ver en las propias palabras del historiador del Ballet Nacional de Cuba (BNC), Miguel Cabrera, en una entrevista que le hiciera Amaury Pérez Vidal, como parte de su espacio televisivo ‘Con dos que se quieran’.
(Min 27:23) Miguel Cabrera:
“Nos preguntan: ‘¿Y los negros?’ En el ballet de Cuba, el color es el talento (…). ¿Cuántas bailarinas blancas no llegan a ser primeras bailarinas?- valdría la pena señalar por qué aquí no se pregunta lo contrario que es bastante más cuestionable– ¿Cuántas bailarinas no han llegado a ser…? Bueno, Tuvimos una estrella: Catherine Zuasnábar, estrella; Andrés William, primer bailarín; Paulo Moré; mira Carlos Acosta es un negro (…). Hoy en día estamos teniendo lo que yo le llamo la mulatocracia, ¿por qué? Porque están saliendo con un físico, el ballet tiene un canon, una estética. Todo el mundo que quiere no puede llegar a ser primer bailarín. No es por el color, es por el talento y por la estética de su físico…”.
El discurso fue denunciado por el Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR) como “racista, clasista y excluyente”. Reproduce justamente todos los estigmas que se han intentado desmontar sobre el mundo del ballet. Se intenta negar que dentro de los parámetros que miden la estética del físico no influye el color de la piel pero la realidad muestra otra cosa. Sólo echando un vistazo a lxs bailarines y bailarinas del Ballet Nacional de Cuba podremos tener algunas pistas que soportan estos argumentos.
En este sentido es pertinente señalar que el color de la piel influye en la evaluación de los rasgos estéticos de lxs bailarinxs pues a ello también vienen asociado necesariamente los rasgos faciales propios de estas categorías. No es posible separar la valoración de rasgos estéticos de la valoración del color de piel porque ambos se condicionan mutuamente.
“El color de la piel se entrelaza con la evaluación cualitativa de la belleza facial del bailarín, pues su tenencia modifica ópticamente la expresión escénica de los rasgos faciales que se asocian a ser de cara linda/cara fea en la representación publica del bailar ballet” (Betancourt, 2009, p. 99).
Lamentablemente no se puede tapar el sol con un dedo y las lecciones sobre la supuesta necesidad de ser blanco o blanca para triunfar en el ballet son una falsa. Figuras como Carlos Acosta son ejemplos fehacientes de que el talento no viene condicionado por el color de la piel ni por los supuestos indicadores racistas que miden estética del físico.
Lograr mayor diversidad étnica en el mundo del ballet es un camino que requiere pasar necesariamente por el reconocimiento del racismo como problema social vigente en Cuba. Urge un cambio de mentalidad que impida la naturalización de comportamientos y actitudes racistas a todos los niveles.
Referencias bibliográficas
Betancourt, León Hamlet (2009). Acordes arrítmicos del color de la piel del bailarín de la escuela cubana de ballet. Revista Cuiculco, número 46.
Campoalegre, Septien Rosa (2019). Una escuela tan negra como nosotras: desafíos ante el racismo y el patriarcado. Revista Práxis Educacional, Vitória da Conquista – Bahia – Brasil, v. 15, n. 32, p. 17-32.
Por: Regla Ismaray Cabreja Piedra