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Desde la ventana, mi ventana…

Por Sara Sánchez

Foto de Kaloian Santos tomada de Facebook

Ese pueblito del cono sur latinoamericano de paredes blanquecinas, los cristales del Salar de Uyuni, o aquella calle romana que despertó la primavera. También La Habana en todas sus perspectivas, en todos los ojos posibles, en todas las ganas. Y Santiago, y Guane y hasta el Río Toa. Todo eso he visto en los últimos días desde la ventana, mi ventana, que es la ventana de todos…

No es que haya estado de casa en casa, menos de pueblo en pueblo. El distanciamiento social nos apartó de todo lo que más queríamos, incluyendo viajes, visitas y amores… Pero una rendija ha sido suficiente para llegar a lugares que jamás hubiésemos prestado atención si no fuera por el aburrimiento de la jornada, por el tedio de no poder salir a desandar las calles.  

Foto de Gabriel Guerra Bianchini tomada de Facebook

Si algo podría hacerse luego que todo esto pase, es una exposición, pero una gigante. No ya el fotógrafo que le viene innato el placer de capturar un poco de luz para siempre. No. El común, el que solo se hacía selfies. El que más o el que menos, se ha tomado el tiempo de montar una instantánea aunque sea a la comida de su parte orgullosa de chef. Algunos han ido más allá, han tenido sesiones enteras, seguimiento a un tema, disertación de un caso…

Foto de Gabriel Guerra Bianchini tomada de Facebook

Los ejemplos sobran, los menos anunciados por la tv para recalcar las iniciativas online, y el grueso traficado en redes sociales. La otra parte, para consumo propio, para enseñar al mundo cómo se pasaba la cuarentena de cada cual. Y no tenía nada que ver con aburrimiento ni tiempo sin causa, era más el sentido de comunicar. El miedo a no saber cómo hablar luego de todo, de olvidar como se dice: me gustaría que hubieses estado ahí, aquí, en esta esquina del mundo conmigo.

Foto de Kaloian Santos tomada de Facebook

Descubrimos así la ropa más cómoda de los amigos, o de los no tan amigos. Conocimos los resquicios interiores de las salas, las cocinas, las habitaciones… Supimos cuántos juguetes tienen los niños, como los riegan desde las 6am hasta la madrugada y así sucesivamente, aunque nunca jueguen con ellos. Nos enteramos que si pones la punta de un boniato en un bol con agua, tienes una planta en 4 días que espanta las malas energías, vimos panzas crecer, manitas de bebé, la alegría por una cerveza hasta del abstemio, o la ropa colgada del clóset sin usar, con toda la saudade que lleva.

Foto de Gabriel Guerra Bianchini tomada de Facebook

Pero no fue lo más terrible, no nos rompió tanto como las ventanas o los balcones. En cada foto tomada desde esos lugares y posteada, había un grito interior. Las ansias infinitas de libertad iban cargando nostalgia en atardeceres muchos (porque creo que los atardeceres más lindos de la historia se han visto en la cuarentena, o será que nos hemos tomado el tiempo de verlos…bueno), en las calles desiertas, en las piedras del patio, en los marcos de madera, en buhardillas o vitrales, en la ciudad de fondo que nos tocó cuidar desde el interior de nuestras casas.

Foto de Gabriel Guerra Bianchini tomada de Facebook

En las imágenes de casa afuera, más que de puertas adentro, está la verdadera soledad que cada cual vive como puede y como sabe hacerlo en este tiempo. Está la añoranza del camino recorrido a diario, del café con los amigos, de desandar una ciudad. Y qué bueno, que tuvimos ese pueblito del cono sur latinoamericano de paredes blanquecinas, los cristales del Salar de Uyuni, o aquella calle romana que despertó la primavera. Que hermosa también La Habana en todas sus perspectivas… Que grande que mi ventana fue tu ventana, y que aquella otra fue nuestra y de todos. Así, quizás, hemos sobrevivido.